Cada vez que he tenido la suerte de pasear por las «calles» del Conde de Godó me he cruzado con Quico Tur. Y qué gusto verle. Siempre sonriente. Siempre rodeado de buenos aficionados. Siempre compartiendo espacio y confidencias con Ferrer, Feliciano y compañía. Como uno más.
En los últimos días me he «cruzado» con las páginas del primer libro de Cisco García. Igual de sonriente que Quico. Tan competitivo. Tan merecedor, creo, de sus primeros Juegos Olímpicos, en Tokio, de aquí a unos meses. Esa enorme meta, disputar unas Olimpiadas, que Quico ha logrado ya cuatro veces.
Ambos juegan a tenis. Tenis…sobre silla. De ruedas. Ese mismo tenis que a veces se juega sin patrocinadores. Sin entrevistas. Incluso sin árbitro. Y claro, sin apenas público en las gradas, con pandemia o sin ella. Porque es una de esas disciplinas que por mucho esfuerzo, sacrificio y tenacidad que genere…siempre queda como desenfocada.
Como esos jugadores que, antes de pasar bolas por encima de la red, pasaron por quirófanos, lágrimas y ese inolvidable día en el que, para jugar, se sentaron por primera vez en una silla adaptada (no usan la misma con la que los vemos por la calle). Una herramienta cara y sensible con la que viajan por medio mundo. De torneo en torneo. Como uno más. Pero sin el como.