Marty, Rust y una revelación

true-detective

Nota introductoria: este bloguero está a favor de la inclusión del spoiler en el Código Penal y jamás osaría desvelar nada que pudiera arruinarles la grandiosa primera temporada de ‘True Detective’. No sufran, pues, y continúen leyendo.

«It’s just one story. The oldest. Light versus dark».

Primero debieron ser las imágenes atroces de los rituales bárbaros de la Semana Santa; nos pondrían existenciales. Después fue una frase, cogida al vuelo en un quiosco, esa frase absurda e inevitable, ese «en este club sobran los ismos«. Lo que acabó de colmar el cubalitro fue Piqué, el Ungido, que dijo no sé qué de remar todos en la misma dirección. Todo ello bajo la hipnosis de Marty y Rust, los protagonistas de esta serie de polis de la que me niego a hablarles. Las revelaciones a veces nos pillan desprevenidos.

Como saben, en los últimos meses se ha acelerado el proceso de descomposición del que no hace tanto era el mejor equipo de la historia. Ocurre que un presidente se largó en enero y dejó en su lugar a su mano derecha en la mayoría de los atropellos que habían gestado juntos. Este otro, que asiste impotente a la inevitable muerte por entregas del equipo, tiene rehenes y se niega a abandonar el edificio. Fuera, en la calle, agentes de policía y negociadores cogen megáfonos y teléfonos móviles para lanzar súplicas y tuits y pedirle que entre en razón y salga con las manos en alto, cosa que parece lejos de producirse. Lo han adivinado ustedes: estamos asistiendo a un pase más del íntimo tango de pasión y odio que vienen protagonizando nuñistas y cruyffistas en el último cuarto de siglo.

A muchos este conflicto parece producirles hartazgo y desazón, les molesta e irrita. Son los muchos que soñaron que la humanidad toda se mecería al son de un himno de amor y que ese abrazo múltiple acallaría toda individualidad, todo deseo y todo dolor. Permítanme, llegados a este punto, que les cuente una historia de infidelidades, a las personas nos encantan las infidelidades. Conocí a un pájaro que era infiel a su novia con una de las mejores amigas de ella. Eso no me parecía notable. Sin embargo, cuando se acaramelaba, tenía la costumbre de decirle, al oído y con voz profunda, lo siguiente: «¿Por qué la gente no puede quererse y ya está?«. Se lo decía en catalán, suena más dulce. He recordado a aquel bleda porque a él le compungían los ismos y desde luego se aficionó a poner a la gente a remar en la misma dirección, eso hizo con su cornuda novia y la traviesa amiga de ella. Él también soñó con un hermanamiento cósmico. Pero no, amigos, ese paraíso de solidaridad universal no va a llegar, y por esa razón les quiero animar a disfrutar de esta pelea colosal entre los del negociet y los del peto.

Convendrán en que si nos gusta el fútbol es por su poder simbólico, por ese simulacro de guerra, de vida y de muerte, porque es un magnífico sustituto de otros credos, porque necesitamos creer y porque a lo mejor a nuestras vidas les falta fulgor y pasión. El fútbol es un juego que tiene la virtud de recordarnos que estamos vivos, sobre todo cuando creemos que alguna vez se producirán prodigios como el Dream Team, como Ronaldinho, como Busquets, Xavi, Iniesta y Messi jugando a la vez.

Y si además de futboleros somos del Barça, del club de Rochemback, de los corruptores de inspectores de Hacienda y de los pactos con grupos violentos y satrapías de todo pelaje, tal vez sea porque somos almas complejas y felices en el combate. No reneguemos de nuestras trincheras. A lo mejor amamos este club porque ejerce de magnífica y truculenta metáfora de esa única historia que vemos en la noche cuando miramos a las estrellas. Light versus dark. Que siga la fiesta.

Albert Martín Vidal es periodista.

Comparte este artículo

Artículos relacionados