Es el balón. Poco importa de donde vengas. Seas de Ámsterdam, Santpedor, Bellcaire d’Empordà o Rosario. El balón. Nada más. Y nada menos. El Santo Grial de un club autodestructivo que solo encuentra su paz interior en una pelota. Alrededor del balón, siempre hay (ha habido y habrá) ruido, propaganda, demagogia y miles de intereses cruzados. Pero desde que un visionario descendió de los Países Bajos nada ha sido igual en el viejo Camp Nou. Ni lo será tampoco en el nuevo, se construya donde se construya.
Antes del revolucionario («Cruyff construyó la Capilla Sixtina, Rijkaard la restauró» afirmó Guardiola a El Periódico cuando no sabía aún que estaba destinado a ser el nuevo Miguel Angel del siglo XXI), todo era un páramo, excepto aquel inolvidable paréntesis del Barça de las cinco Copas, tan lejano que ni quedan voces para evocarlo en la memoria del pueblo culé. Llegó ‘Dios’ y el mes que un club, eslógan que sostuvo a la institución durante el tramo final del inacabable franquismo, dejó paso al más que un equipo. Una manera de entender el fútbol. Y la vida. Sin complejos, con orgullo y con la pelota cosida a los pies, volando en la imaginación del futbolista antes de hacerla correr por la hierba dejando un rastro de admiración.
Ni siquiera toca recurrir a los grandes éxitos en Europa (cuatro Champions en 19 años, ninguna en los 37 años anteriores) o las Ligas conquistadas (10 en los primeros 60 años y 12 en los últimos 22) porque eso sería demasiado sencillo. A todos aquellos que viven del resultado se les silencia con la fuerza de los trofeos que han inundado en las dos últimas décadas lo que era un Museo semivacío. No, eso no es lo trascendente. Ni lo más valioso. Es el balón. El balón que ordenó jugar Cruyff con ese espíritu del fútbol total de la Holanda que perdió un Campeonato del Mundo, pero que ganó algo más vital: el corazón de su gente y del fútbol mundial. El balón al que dio método Van Gaal escribiéndolo todo en una libreta, el balón al que devolvió su alegría el honrado y transparente Rijkaard, antes de que el discípulo de Dios repintara o, tal vez, construyera la nueva Capilla Sixtina. Llegó la pelota a los pies de Tito, pero la vida le golpeó con tanta crueldad e injusticia que no le dejó proseguir la obra de su gran amigo. Y ahora es Martino quien tiene el balón.
Solo se trata de jugarlo como en el último cuarto de siglo. Tan sencillo. Tan complejo. No se trata de nostalgia ni melancolía sino de algo bastante más simple. Un equipo con Messi, Xavi, Iniesta, Neymar, Busquets… sólo sabe jugar de una manera. Bendita manera. Bendita porque antes el club tenía nombre, grandeza e historia y un hermoso relato. Sí, la derrota también puede ser hermosa, y noches catastróficas (Berna, Sevilla…) han ayudado a forjar también la memoria. Pero no tenía estilo, ni grandes éxitos que celebrar. Ni la pelota. El Santo Grial del Barça. Quien no lo haya entendido, tiene un problema serio. Más de lo que imagina.
Marcos López es periodista de El Periódico de Catalunya.