Disfrutar de un día de 30 grados de temperatura en noviembre es extraño, que esto suceda en el País Vasco es excepcional. El veranillo de San Martín ha resultado un verdadero infierno este año.
La edición número 51 de la tradicional Behobia-San Sebastián será recordada por la mayoría de los participantes como la del golpe de calor. Desgraciadamente un golpe de calor que se llevó por delante a un joven corredor navarro de 31 años, José Javier Suescun, tras cruzar la línea de meta. También se tuvo que lamentar la muerte de un espectador, en la zona de salida, por causas naturales. Descansen en paz.
En mi caso, el calor es mi talón de Aquiles. No me llevo bien con él. Si además viene acompañado de una humedad alta, apaga y vámonos. Ayer lo pasé realmente mal. Los peores 20 kilómetros de mi vida. Nada que ver con lesionarte y cruzar la meta con dolor que no te permite correr pero si disfrutar del ambiente de la mejor carrera que hayas corrido.
En esta Behobia dejé de ser consciente de lo que pasaba a mi alrededor en cuanto fui incapaz de llenar los pulmones de aire. Y sucedió muy pronto. No poder hidratarme en el avituallamiento del kilómetro 5, antes de encarar el primer puerto importante del día, Gaintxurizketa, hizo el resto. A partir de entonces ya no podía pensar en otra cosa que no fuera encontrar agua. Y correr para beber agua ya nada tiene que ver con disputar una carrera.
Como hiciera el año pasado, renuncié a mi salida en el cajón 9 (azul, 10:33h) para correr con un amigo que debutaba. Su salida, cajón 17, era a las 11:24 de la mañana. El sol que caía sobre nuestras cabezas a esa hora resultó ser un mazazo demasiado grande. Bueno, a cualquier hora debió serlo porque los corredores que nos precedían arrasaron con todo el líquido que encontraron a su paso.
Dudo que fuera un fallo de la organización, que reaccionó rapidísimamente a este hecho colocando cubos de agua e improvisando duchas para refrescarnos. Los corredores echábamos mano de dos y tres vasos sin tener en cuenta que podíamos dejar sin agua a los que venían detrás. Los cajones más populares y más concurridos.
Mi carrera tiene muy poca historia. Mi compañero, David Pablo –que también escribe en esta web–, hizo lo imposible por llevarme a San Sebastián. Lo consiguió. Lo conseguí. Gasté toda mi reserva de energía. Hasta tal punto que ni vi a mi familia cuando pasé por delante de ellos justo antes de cruzar la meta. Hacía muchos kilómetros y muchos minutos que no era capaz de ver nada. Tan solo recuerdo decirle que no con la cabeza a toda esa gente que se echa a la calle para llevarnos en volandas de Behobia a Donostia. Lo siento pero en esta ocasión no pude. Estaba vacío. Incluso había gastado el comodín de las lágrimas, la rabia, la impotencia y la épica en el kilómetro 13. Ni eso pude guardar para la meta. 2 horas, 2 minutos y 37 segundos, 14 minutos y 36 segundos más lento que mi mejor marca en esta carrera, 1 hora, 48 minutos y 1 segundo.
La fiebre del running está saturando la participación de las carreras más populares. En esta edición de la Behobia se había superado el récord de inscripciones, nuevamente, con más de 34.000 corredores aunque, 6.000 de ellos, finalmente no tomaron la salida. 26.649 llegaron a meta.
Cada vez vemos más retos que parecían al alcance de unos pocos privilegiados, como un maratón e incluso un medio maratón, al alcance de cualquiera. Pero la realidad es otra. Una carrera de 20 kilómetros como la Behobia con un perfil duro para un corredor de asfalto, no se corre por inercia. Necesita un mínimo de preparación. El hecho que haya habido once personas ingresadas en el hospital, cinco de ellas en la UCI, no es imputable a la mala preparación, pero seguramente el ver a tantos corredores andando a los pocos metros de echar a correr, sí. Y cada vez sucede con más frecuencia en las carreras populares. Ya sean de 5, 10, 20 o 40 kilómetros. Pasa en todas.
Esta ha resultado una carrera excepcional, por el calor. La Behobia ya es una carrera en la que el factor meteorológico juega un papel muy importante. Normalmente el frío, la lluvia y el viento son los acompañantes de los corredores durante los 20 kilómetros. El sol y la humedad lo han sido en esta ocasión. Los corredores habituales ya saben a lo que juegan. Los menos habituales nos exponemos al factor suerte. Los debutantes a una auténtica lotería. Los debutantes en esta ocasión se habrán dado de bruces con su particular muro a los pocos metros de la salida. En las primeras cuestas de Irún hasta coronar Ventas. Unas cuestas que no deberían ser un problema para superar sea cual sea el ritmo y el nivel que se tenga. Pero que hoy se han empinado de una manera fuera de lo normal. Y ya ni hablar de Gaintxurizketa, Caputxinos o Miracruz.
En mi caso, este está siendo posiblemente mi mejor año. Como mínimo el más regular. Llevo trece carreras, once de las cuales de 10 kilómetros, un medio maratón y la Behobia. He conseguido hacer marca personal en los 10.000 metros (46’56”) y a punto estuve de hacerlo en el medio maratón de Barcelona, pero me lesioné en el kilómetro 16 cuando llevaba mi mejor ritmo de carrera. Así que no creo que llegara mal preparado a la carrera. Seguramente no llegaba para hacer marca personal, pero tampoco para sufrir el calvario de carrera que viví.
No creo que pusiera en juego mi vida al completar la carrera aun sufriendo lo que posiblemente fueran los primeros síntomas de un golpe de calor. Los síntomas del golpe de calor son imperceptibles al ser síntomas a los que no se les presta atención como es el cansancio, dolor de cabeza, mareos, náuseas y vómitos, sequedad de la piel, deshidratación, entre otros. Si no se controla a tiempo puede desembocar en la pérdida de la conciencia, en un colapso cardiorrespiratorio y finalmente pueden provocar la muerte. Si, esto no es un juego. A mi me costaba llenar los pulmones de aire y tenía sed. Mucha sed. No me notaba mareado pero si aturdido y en ningún momento me sobrevino el dolor de cabeza o las ganas de vomitar.
La organización no paraba de recordarnos que no era día de hacer marcas y que teníamos que hidratarnos antes de la carrera. Yo lo hice. Bebía agua y llevaba geles conmigo para tomarme durante la carrera, en caso de necesidad. Una vez en marcha confiaba en encontrar líquido en los puestos de avituallamiento. El primero, sobre el kilómetro 2,5 me lo salté. Había agua para todo el que necesitara. Yo no tenía sed todavía. El segundo, antes de la parte más dura del Gaintxurizketa, una larga subida de algo más de 2 kilómetros, no tenía vasos. Había gente metiendo la cabeza en un cubo. Pero eso conllevaba parar y hacer cola. Y no paramos. Así que al llegar arriba yo ya tenía sed.
Ya me ha pasado en algún entrenamiento en verano. No encontrar agua cuando tengo sed me supone un gran problema. Debería plantearme seriamente llevar un camelback.
A partir de ahí ya solo pensaba en llegar al siguiente avituallamiento para beber. El ritmo de carrera cayó en picado hasta que de repente me quedé sin energía. Y terminó la carrera para mi. Ya solo quería llegar a Donostia, cobijarme en la sombra y tomarme una cerveza con un pincho. Y seguramente era lo que tenía que haber hecho en Errenteria mismo. Y como yo, todos esos corredores que lo único que hacían era desplazarse con una camiseta y un dorsal y dejar la carrera para otra ocasión, que la habrá, y aprender la lección.
Foto portada: EFE
Fotos previa: Josep Cusidó
Foto medallas: Núria Rubinat