Entré en contacto con el atletismo en 2010 a través del Club Atlètic Mollet. Necesitaba mejorar mis hábitos. Me encontraba muy pasado de peso –85 kg en menos de 1,70m de estatura– y necesitaba ponerme en forma. Seis años después puedo decir que lo he conseguido. Actualmente peso 61 kg, entreno con regularidad y cuido lo que como sin necesidad de seguir una dieta estricta.
Mis mejores marcas son 39’14” en 10km en ruta, conseguidos en la cursa de La Llagosta, una carrera que os recomiendo, rápida y bien organizada. En la distancia de medio maratón logré parar el cronómetro en 1 hora y 28 minutos este mismo año, en La Mitja Marató de Granollers.
Durante la temporada 2013-2014 mi cuerpo me dio un aviso. Necesitaba un respiro. Acumulé un sinfín de lesiones y terminé por desmotivarme e incluso llegué a frustrarme. Me planteé dejar el atletismo. Me requería mucho esfuerzo y apenas conseguía ninguna recompensa. Me había obsesionado con superar mis marcas y dejé de divertirme.
Pero a cabezón no me ganan ni las lesiones. Gracias a mi mujer y a mis compañeros del club continué con las rutinas de entrenamientos. Durante el verano decidí cambiar mis objetivos. Olvidarme de la media distancia e ir a cumplir el sueño de todo atleta de fondo, correr un maratón.
Deseaba darme a mi mismo una lección de superación. Ya no sólo por el hecho de correr los 42 kilómetros y 195 metros, sino por entrenar durante varios meses con la cabeza pensando en un único objetivo.
Pero la cosa no pudo empezar peor, una lesión me dejó en el dique seco hasta mediados de octubre. Olvidada la lesión, conseguí entrenar con normalidad. Incluso las series ya no eran una tortura. Me apunté a un 10.000 en Barcelona y conseguí una excelente marca de 40’14”. En noviembre corrí la Behobia-San Sebastián sin ningún problema y confirmé que iba a por mi debut en maratón.
La cita elegida, el 15 de marzo de 2015. La Zurich Marató de Barcelona. Tocaba entrenar con todos los sentidos puestos. Pero, como digo, soy novato. No tenía ni idea de cómo prepararme. Que ritmos debía utilizar, cuantos kilómetros entrenar, que había que comer antes de la carrera, que tenía que comer durante el maratón, qué geles usar… Suerte que entreno en un club de atletismo y si hay algo que sobra en esa pista, es experiencia. Empezando por los dos entrenadores: Rogelio Vega y Otmane Btaimi. Y por si fuera poco, dos compañeros me han sido de gran ayuda para hacer mi gran sueño realidad: Pablo Parrado y sobretodo Agustí Roca. Agus me ha acompañado durante todo el invierno entrenando con lluvia, temperaturas bajo cero, noches cerradas y mañanas con legañas. Muchas legañas.
Llegado el gran día, lo tengo todo memorizado. Para que no se escape nada me he hecho una chuleta. Tengo apuntado todo lo que tengo que llevar. En qué kilómetro exacto tengo que tomar un gel e incluso en qué metro debo beber. Todo está bajo control, menos los nervios del debut. Y esos, el día anterior, me llenan de dudas. ¿Qué ritmo debo llevar? ¿Voy a ser capaz de acabarla? ¿Conservo o lo doy todo?
Suerte que la ilusión del día despeja todas mis dudas y esa misma mañana decido ir a 4’40” el km. Para mí sería suficiente. Es mi debut y sobretodo quiero terminar con una medalla al cuello. Quiero ser finisher.
Llego a la zona de salida y aquello es un espectáculo. Toda carrera queda empequeñecida ante la magnificencia de un maratón. Aquello va en serio de verdad. Allí hay gente que cobra por conseguir un récord. Hay gente que corre para ayudar a ganar a un corredor en concreto, como mi entrenador Otmane que hacía de liebre a la primera mujer.
Empujado por la emoción, en el kilómetro 6 me doy cuenta que llevo ganándole 7 segundos por km a mi objetivo. ¡Y me da la sensación de que voy lento! Así que las cosas no pueden ir mejor. El ritmo hasta el km 17 va mejorando. Me encuentro muy bien, me lo estoy pasando genial. Es mi maratón y lo estoy disfrutando. Llego al medio maratón sin apenas notar castigo en mis piernas y además compruebo que mi cabeza va muchísimo mejor.
Llegando al kilómetro 26 se incorpora Pablo a hacerme de liebre. No hay mejor compañía para cruzar el muro. Yo le ayudé el año pasado en su maratón y él me devuelve el favor. Entre bromas llegamos al 30 y ahí Pablo se pone serio. “Kiko, aquí empieza el maratón” me suelta. Pero el ritmo sigue invariable. He recorrido 30 kilómetros manteniéndome en 4’32 de media. ¿Que puede salir mal? ¡Incluso no nos ha adelantado ni un solo corredor!
Pero después de llevar corriendo tanto tiempo, en algún momento, la cabeza tiene que jugarme una mala pasada. Después de pasar el kilómetro 35 empiezo a agobiarme. Se me empieza a hacer largo esto de los 42 km. Así que tiro de Pablo y su experiencia. Me dice que me calme. Que hemos llegado hasta allí sin problemas. Que tampoco estoy bajando el ritmo. No noto ni un solo dolor, simplemente estoy cansado. Sus consejos me llevan hasta el kilómetro 40. A partir de ahí es un no parar de “recoger cadáveres”. No paramos de adelantar corredores. Gente que paga el esfuerzo de llevar corriendo tres horas, o de haberse equivocado con la hidratación, con la marca del gel, con cualquier pequeño detalle. Porque si hay algo que puede tumbarte un maratón, por muy pequeño que sea, lo hará. Si no llego a llevar a alguien con la experiencia de Pablo a mi lado, por muy preparado y entrenado que vaya, no se qué hubiese pasado.
Los dos últimos kilómetros los disfruté muchísimo. Los hice a 4’30”. Volé. Tenía prisa por ver a los míos en la meta. A mi mujer, a mi madre y a mi hermano. Ellos sufrían por mi. Cuando me vieron llegar me lo demostraron. Ver la cara de tranquilidad de mi mujer fue como un triunfo para mí. Y quedaba lo mejor. Cruzar la meta con Pablo, estirar los brazos en forma de victoria. Fue increíble. Cruzar ese arco de meta fue una sensación inigualable. Todavía me quedaron fuerzas para bailar al cruzar la meta. Y recoger la medalla. Y hacerme mil fotos. Sin duda un sueño hecho realidad. 3 horas, 13 minutos y 49 segundos. Mucho más que un sueño.