Tener un plan para cada partido es una opción y es la elección de Luis Enrique. Después de que hace unos años, todo el planeta futbolístico estuviera pendiente de cómo jugaba el Barça, ahora toca fijarnos en «las calidades» del rival para contrarrestarlas de la mejor manera. Eso también es una opción, pero no es garantía de nada. Se ha cambiado la dominación absoluta de los ‘tempos’ de cada partido por encontrar esa caprichosa alineación de astros que te lleve al éxito. Y ya se sabe, en muchas ocasiones saldrá bien –por la calidad de los futbolistas– y en otras no, todo dependerá del plan de ese día, de la inspiración del crack de turno y de una serie de variables que antes se podían más o menos controlar, pero que ahora son aleatorias.
Es este Barça el reflejo de su entrenador como jugador, un futbolista de carácter que disfrutaba con el fútbol directo y que se aleja del libro de estilo que más éxitos le ha dado a los azulgrana en su historia. Más allá del Barça de Guardiola, los azulgrana han encontrado otras formas de convencer con su juego, a veces con títulos, otras sin ellos. Cuando Luis Enrique fichó por el Barça, al club también llegó Bobby Robson, aunque el asturiano no fue una petición expresa del inglés. En aquella temporada, la 1996-97, el inglés también tenía un plan para cada partido, básicamente se trataba de que el balón llegara a Ronaldo Luis Nazario de Lima. El delantero marcó 34 goles en 37 partidos que sirvieron para que el Barça conquistara la Recopa, la Copa y la Supercopa de España. Aquel tipo, comprado por 2.500 millones de pesetas y vendido nueve meses después por 4.000 al Inter, se perdió el encuentro decisivo de la temporada ante el Hércules en Alicante (2-1), un equipo que ya había consumado su descenso de categoría. Aquel día, el plan no funcionó.
El Barça de la primera etapa de Louis van Gaal (1997-1999) sí tenía un método, más allá de las críticas que recibió por la ‘holandización‘ del equipo, y desde su marcha –en su última temporada el equipo ya no jugaba a nada– hasta la llegada tres años más tarde de Frank Rijkaard, los azulgrana vivieron un periodo de turbulencias. Cuatro entrenadores –cinco si contamos a Toño de la Cruz– en tres años: Serra Ferrer, Rexach, de nuevo Van Gaal y Radomir Antic. Ideas diferentes sin un plan definido, días de pañuelos en el Camp Nou y de Joan Gaspart y Enric Reyna en el palco.
Con Rijkaard, el Barça le dio un vuelco a la situación, aunque no se produjo hasta la mitad de la temporada con el fichaje de Edgar Davids para equilibrar el juego y la aparición del gran Ronaldinho. Cuando el Barça empezó a tener un plan, comenzaron a llegar los títulos después de cuatro años sin levantar ninguna copa. Ligas y una Champions League, pero sobre todo fútbol, una manera de jugar y de dominar los partidos.
Se pide paciencia con el nuevo proyecto de Luis Enrique, se recuerda que Rijkaard, por ejemplo, en su primer año no ganó nada. Hoy el Barça es un reflejo de su entrenador, pero también del ansia de Luis Suárez en triunfar donde siempre quiso estar, de las ganas de Neymar por reivindicarse y del genio Leo Messi, dispuesto a batir todos los récords de la galaxia. Es Mascherano la extensión de Luis Enrique en el campo, mientras Sergio Busquets y Andrés Iniesta ven pasar el balón y Xavi Hernández apura sus últimos partidos. El Barça ya no es de los centrocampistas, que en muchos casos no saben qué espera el entrenador de ellos, sino de los delanteros y de Mascherano. Ese parece ser el plan. Uno para cada partido, juntar las líneas, recuperar lo más rápido posible y que el balón llegue a los genios. Como ayer.