Antonín no es Antonín, Antonín es Tonda. En realidad, lo que le delata es ese bigote justiciero y esa mirada afilada con la que conseguía engañar a todos. Panenka suspendió en el aire la historia del fútbol a base de darle emoción a cada uno de los penaltis que lanzó, especialmente uno, el que le dio a Checoslovaquia la Eurocopa de 1976.
Una manera particular, pero transferible de convertir el reto máximo del fútbol en arte, de complicarse la existencia en un momento. Un ‘panenka’ es una ruleta rusa, una hipérbole, un escarnio, una filigrana, la gloria y el ridículo en un instante.
Cuenta Antonín que es más importante que te aplaudan cuando te vas de cualquier lugar que cuando llegas y recuerda que esa suerte que ingenió no fue más que un recurso para ganarle cervezas a Zdenek Hruska, el portero del Bohemians 1905, con quien mantenía un pique después de cada entrenamiento.
Tonda no era rápido ni tenía un buen físico y nunca se le ocurrió rematar de cabeza. Todo lo fiaba a su creatividad, al dominio de balón y a esa rapidez de pensamiento de la que se jacta aún hoy. Con 64 años, Panenka juega más al ‘ping pong’ que al tenis y alguna vez, cada vez menos, se atreve con alguna ‘pachanga’ improvisada en Praga.
En el recuerdo quedará siempre su penalti, miles de veces imitado por futbolistas de cualquier condición. Superestrellas y modestos se han atrevido con la sutileza y cientos de veces han sido maldecidos por los porteros, vencidos por la ansiedad y el tiempo detenido por ese balón que vuela suave, suave, preferiblemente por el centro.
Insiste Antonín que lo importante es que te aplaudan cuando te vas, no cuando llegas. Panenka debe sentir cada día un vuelco en el corazón cuando comprueba que en cualquier rincón remoto del planeta, alguien se ha atrevido con su suerte.
Antonín no es Antonín, Panenka es una parte de la historia del fútbol cada vez que el balón vuela, suave, suave…