Pocos ejemplos habrá en la historia del deporte como el de los Indianapolis Colts. Con la primera elección del draft en 1998, seleccionaron a Peyton Manning por delante de Ryan Leaf. Peyton dio a los Colts los mejores años de la franquicia, un puesto permanente en playoffs, dos apariciones en la Super Bowl (una ganada en 2007) y una estabilidad en lo más alto de la Liga sólo comparable a los Patriots. Cuando una lesión cervical lo tuvo apartado todo el año 2011 y se rumoreaba que el paso siguiente sería su retirada, la franquicia de Jim Irsay colapsó y acabó la temporada con un registro de 2-14 y, de nuevo, la primera elección en el draft para el sorteo del año siguiente. Todo lo que había maquillado la excelencia de Manning quedó al descubierto en ausencia de este.
Los Colts tenían que tomar una decisión de la que nadie quería responsabilizarse: confiar en la recuperación de Peyton (que no podía lanzar un balón por aquel entonces) o dejar que sus caminos se separasen después de catorce años y tanta historia compartida. Y, en caso de optar por la última vía, a qué quarterback confiar el futuro de la franquicia. Por aquel entonces, Andrew Luck y Robert Griffin III se habían declarado elegibles para el draft y los dos eran tan buenas promesas que la elección trasladaba a Irsay de nuevo a 1998. Andrew Luck representaba la mejor opción de continuidad, con su poso en el pocket y su lectura de las defensas; Griffin era el Trofeo Heisman, el galardón que se entrega al mejor jugador del fútbol universitario, y su juego era eléctrico, el prototipo de QB del futuro que pareció que iba a llegar con Michael Vick.
Al final, Irsay optó por dar por terminada la era Manning en Indianápolis y elegir a Andrew Luck con la primera elección de draft del sorteo de 2012. Peyton recaló en los Broncos, donde demostró que podía seguir jugando y Griffin en Washington, que hipotecó su futuro en las próximas temporadas para conseguir al jugador salido de Baylor. Andrew Luck consiguió que los Colts pasasen de ser el peor equipo de la Liga a ser un conjunto de playoffs (11-5) y junto a él una gran camada de novatos despertó la atención de la Liga: Dwayne Allen en la posición de tight end y TY Hilton de receptor fueron dos de los rookies que acabaron granjeando a Ryan Grigson el premio al mejor ejecutivo del año.
El equipo dirigido por Chuck Pagano, que había superado una leucemia en el transcurso de la temporada, fue eliminado en primera ronda por su ex-equipo, los Baltimore Ravens, que acabarían siendo campeones de la Super Bowl en febrero. Sin embargo, el futuro era brillante bajo Andrew Luck, que había mostrado una habilidad innata para las remontadas y una capacidad asombrosa de liderazgo para ser su primer año. El año siguiente, los Colts se hicieron con la división con otro 11-5 de registro tras la implosión de los Texans y vencieron a rivales como San Francisco (27-7), Seattle (34-28) o los Broncos de Manning (39-33), a la postre tres de los cuatro equipos que acabaron copando las finales de conferencia. Las esperanzas eran grandes en Indianápolis y más después de una remontada espectacular en la ronda Wild Card ante los Chiefs (45-44). El sueño se acabó la semana siguiente en Foxborough, un estadio maldito como ninguno para la franquicia dirigida por Irsay, con una paliza (43-22) que demostró que a los Colts les faltaba aún un escalón, el mismo que a un Andrew Luck demasiado proclive a perder la pelota.
En el tercer año de la era Grigson-Pagano las expectaciones eran de Super Bowl. Hay que decir que el general manager no se ha cortado en hacer grandes dispendios para mejorar al equipo durante su etapa al cargo de los Colts, sobrepagando a jugadores de un nivel que no se correspondía al de sus contratos. Incluso entregaron una primera ronda a Cleveland por Trent Richardson, elección número 3 en el mismo draft del que salió Andrew Luck y que había estado magnífico corriendo en Alabama. El fichaje no funcionó el primer año y se esperaba que en su segunda temporada la dinámica fuese diferente. Los Colts se reforzaron con jugadores como D’Qwell Jackson, un linebacker que había jugado para los Browns, Arthur Jones para mejorar el juego contra la carrera o Hakeem Nicks como opción de lujo para un cuerpo de receptores ya bien poblado. Tras un draft en 2013 menos prolífico que el de 2012, en 2014 la prioridad volvió a ser proteger a Andrew Luck a través de mejorar la línea ofensiva.
A una semana de acabar la temporada regular y con los Colts merodeando de nuevo con el 11-5 (van 10-5 a falta de jugar contra el peor equipo de la Liga), ha quedado patente que los Colts siguen por debajo de los mejores equipos de la Liga. No es que la diferencia se haya estrechado, sino que en el mejor de los casos se ha mantenido. La baja de Robert Mathis, líder de la Liga en sacks en 2013, ha sido un golpe devastador para la defensa de los Colts, pero para suplir al veterano ya se gastó una primera ronda en Björn Werner que de momento ha dado pocos resultados. La defensa de los Colts no puede presionar al QB rival, no defiende bien la carrera ni tiene una secundaria que resista a los mejores quarterbacks. Sólo Vontae Davis y Cory Redding son jugadores de calidad, los mismos que en 2012. La línea ofensiva, prioridad absoluta dos años consecutivos, apenas ha mejorado desde el primer snap que tomó el nuevo QB.
Es por eso que, al final ya del tercer año -y el mejor- de Andrew Luck, los Colts siguen dependiendo del número 12 para todo. Con las mismas piezas clave en ataque que el año en el que aterrizó proveniente de Stanford (Hilton, Fleener, Allen y Wayne) y si acaso el receptor seleccionado en tercera ronda Donte Moncrief, el ataque aéreo de los Colts es de los mejores de la Liga. No es un ataque equilibrado debido al nulo juego de carrera en el que insisten el cuerpo de entrenadores y el general manager antes que admitir el error que fue el traspaso por Trent Richardson. El front office de los Colts, encargado de insuflar talento a una plantilla a la que sólo salva el QB de ser de las peores de la Liga, lleva dos años fracasando en la tarea de rodear a Andrew de un equipo capaz. No ya campeón, sino con capacidad de competir con los mejores.
El futuro de los Colts para los playoffs de este año seguramente será, con suerte, el mismo que el del año anterior. Con deficiencias demasiado evidentes, sólo enfrentarse a un equipo menor en la ronda de Wild Card puede ayudarlos a llegar a la ronda divisional. En ella debería enfrentarse a los Patriots de nuevo (los mismos Patriots que ganaron 42-20 en Indianápolis hace unas semanas) o a Denver. Sea cual sea el caso y a falta de un milagro que nunca puede descartarse en post-temporada, los Colts seguirán, tres años después, en el mismo lugar que en 2012: Andrew Luck y lo que surja, igual que durante muchos años la receta fue Peyton Manning y lo que surja. Es hora de que Jim Irsay, que ha vivido muchos años lo que era fiarlo todo a un QB y que ha puesto como ejemplo en alguna ocasión a los Patriots como equipo equilibrado, tome decisiones respecto a la gente que confecciona la plantilla. Especialmente con un general manager cuyo mayor crédito es el draft de 2012, un draft en el que habría que saber cuál fue su implicación real puesto que él llegó a principios de año, con seguramente una buena cantidad del scouting ya realizado. Mientras tanto, los Colts estarán desperdiciando el mayor talento de su generación a la espera de un milagro.