Decían que de joven se parecía a Woody Allen, con ese aire despistado y esas gafas de pasta que lucía cuando las gafas de pasta aún no estaban de moda. Ahora su aire sigue siendo despistado, pero no ha perdido ese punto de genialidad, esa chispa de ingenio que en su día le convirtió en uno de los mejores periodistas de la ciudad, posiblemente del país. La voz de Guillermo Sánchez es mi primer recuerdo. Llegado a la Agencia EFE en Barcelona, cada fin de semana me sorprendía con una crónica precisa, meticulosa y, sobre todo, rápida. Todo un lujo para 1988, cuando Internet era una quimera y los primeros ordenadores portátiles, demasiado caros.
Cinco minutos después de que el partido finalizara, a veces menos, sonaba el teléfono en la redacción. Sus crónicas, recitadas de memoria, eran una lección para los periodistas que empezábamos y lo serían aún hoy para todos nosotros. El tono, la puntuación y ese detalle táctico que sólo podía ver él. Si tenías la pericia de teclear con exactitud lo que él dictaba, la crónica estaba fuera del horno en tiempo récord.
Guillermo Sánchez recitaba de carrerilla textos de fútbol, de tenis o de boxeo, su otra gran pasión. Algo impensable hoy, donde la tecnología llega cuando nuestra cabeza se pierde. Willy, como le llamaban, tiene 86 años y es el periodista vivo que más crónicas del Barça de fútbol ha publicado. Empezó a escribirlas con 16 años y no se jubiló hasta los 74. Recuerda sus inicios en el negocio periodístico, aquellos viajes en tren por España siguiendo al Barça allí donde jugaba, horas y horas de confidencias con los jugadores entre el traqueteo de aquellos trenes incómodos. Cuenta que entonces viajaban dos o tres periodistas con el equipo y que ellos formaban parte prácticamente de la plantilla. Las confidencias, los éxitos y los fracasos se compartían; días en los que la opinión pública muchas veces desconocía buena parte de las intimidades, porque primero eran las personas, después los textos. Otros tiempos.
Había perdido contacto con él hace tiempo. Ajeno a las nuevas tecnologías, su cordón umbilical con el mundo es un telefóno colgado en la pared de su cocina. Ni correo electrónico ni móvil. ¿Para qué? Todo está en su memoria, como cuando recuerda su primera crónica en Les Corts o los primeros partidos de Laszli Kubala. Ayer, con el mismo aire genial de siempre, me lo encontré en la comida de navidad de los medios de comunicación que organiza el Barça. Me habló de periodismo, de fútbol y de su vida. Me contó que vive la mitad del año en Francia, donde hace años que se compró una casita, y que se refugia del frío en Barcelona.
Guillermo cuenta que Kubala era un fenómeno y no se atreve a establecer una comparación con Leo Messi. Ante la presumible pregunta sonríe y baja a lo terrenal. «¿Qué quién era mejor? Hablar de Laszli o de Messi es como hablar de señoras. A cada uno le gustan de manera diferente: rubias o morenas, altas o bajas, rellenitas o delgadas, voluptuosas … Ya lo sabes. Aunque una cosa sí resulta sorprendente, en la historia del fútbol no recuerdo una tripleta de delanteros como la formada por Messi, Neymar y Suárez, tiene mérito que se dejen los egos en la caseta«, cuenta mirando al tendido. Willy es un tipo que se ha movido siempre bien lejos de los focos, mejor en el cuerpo a cuerpo y aún guarda muchos secretos en su lúcida cabeza. Aquel tipo que me enseñó a ser rápido y eficaz escribiendo, a leer el fútbol y saberlo contar, el que ahora ya ni necesita gafas para enfrentarse al mundo sigue en forma, aún habría que aprovechar sus enseñanzas en estos tiempos menores para el periodismo, donde lo importante es ser el primero y no ser el mejor, donde lo primordial es dejarse ver en las tertulias antes de ser brillante en el análisis o elegante con la pluma.
No sabe ni lo que es ‘twitter’, ni falta que le hace. Le pregunto qué le sugieren los actuales medios de comunicación y se encoge de hombros. Willy se parecía a Woody, hoy Sánchez sigue dando lecciones desde el despiste.
En la foto: Guillermo Sánchez entre Alex Santos y yo mismo.