A golpe de desgracia

frente

«Esto no tiene nada que ver con el fútbol«. Cuarenta y ocho horas después de que Enrique Cerezo pronunciara esas palabras -y sin que se le cayera la cara de vergüenza, sorprendentemente-, el club que él preside ha decidido echar al Frente Atlético del club. El grupo ultra, al que se mimaba hasta hace tres días, con más de treinta años de historia y lo que no es historia porque en otras ocasiones nadie murió, ya no podrá encontrar como coartada ni contexto los partidos en el Vicente Calderón para demostrar la teoría de la evolución.

Su expulsión del fútbol no conseguirá que brote el cerebro en aquellas cabezas en las que los golpes no duelen porque nada hay dentro, pero es el primer paso lógico tras un fin de semana de esperpentos. Si Cerezo estuvo bochornoso, poco menos puede decirse de los responsables de la LFP. O del mismo entrenador del Atlético, que la última vez que jaleó al grupo ultra fue el mismo sábado, en el transcurso de un partido que jamás debería haberse producido y que quedará para siempre como una vergüenza para el fútbol español.

Lamentablemente, esta connivencia con los violentos, este mirar hacia otro lado, este trato de beneficio a un grupo de aficionados que son todo menos tal, no habría acabado nunca si no llega a ser por la muerte de una persona. Sin entrar a debatir sobre el fallecido, ha sido el fútbol y su pasividad los que han dado contexto a la muerte de una persona desde el mismo momento en el que permiten la entrada a sus recintos a esta clase de personajes. ¿Cuántos fines de semana habrá sucedido lo mismo que el anterior, sólo que con diferente resultado? ¿En cuántos alrededores de estadios? El problema no es sólo del Atlético o del Deportivo. Los grupos ultra, un nombre que ya indica confianza, se han ganado su sitio en el fútbol español a golpe de puño por la mañana y de extorsión por la tarde. Arrancarlos de donde no pertenecen requiere valentía y soportar amenazas varias, como bien puede atestiguar Joan Laporta, aunque la junta actual del Barcelona haya intentado que todos esos esfuerzos fueran en vano una y otra vez.

España es un país en el que la Tercera Ley de Newton está por encima de la Constitución. Acción, reacción. Se espera a que ocurran las desgracias para corregir aquello que ya está podrido desde su nacimiento. Será que ahora los ultras del Frente Atlético son más peligrosos que hace diez años o que en el 98, cuando murió Aitor Zabaleta. Todos los dirigentes sabían a lo que se exponían cobijando a esta lacra en sus estadios y, aún así, ha hecho falta un cadáver para que las cosas se empiecen a mover, para que, por fin, el fútbol mire a los ojos al tumor que ha alimentado todos estos años.

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