Son cuatro chavales. Y son las ocho de la tarde. La clase ha acabado y, como cada día, una vez recogidas las bolas y las raquetas, todos hacen lo mismo. Un gesto repetido. Coger el móvil. Como haríamos todos, no nos engañemos. Ni nos torturemos por hacerlo.
Mucho se ha hablado de la intensa y casi visceral relación que se puede establecer entre un tenista y su entrenador. Porque es un deporte extremadamente mental. Porque el deportista se siente muy solo en medio de cada batalla. Porque los desplazamientos, los hoteles y las esperas interminables hasta que arranca el partido son incontables a lo largo de una temporada (qué poco saben de todo esto los privilegiados futbolistas). Y, si encima tu entrenador es tu pareja o tu padre, es evidente que el cóctel de emociones puede desbordarse en cualquier instante.
Por eso el abismo que puede abrirse entre un chaval y su mentor puede ser igualmente incalculable. Si no se siente a gusto con quien le guía los pasos, si no hay la confianza suficiente, lo normal será que se refugie en sus grupos de whatsapp. Eso que tenemos llenos de amigos cómplices. Raramente se lo contará a su entrenador, que sería lo más coherente en aras de mejorar. De lograr más puntos que tu rival. Porque cada vez nos cuesta más contar lo importante a las personas más importantes.
Alguien que ha analizado mucho y de manera acertada este hándicap en el deporte es Ginés Muñoz, Muñoz, periodista y experto en rendimiento deportivo y comunicación efectiva, al que le gusta el tenis, lo juega y lo plasma en sus crónicas. Adora a Phil Jackson. Es buen amigo de Xavi Budó. Y ha sondeado a medio centenar de entrenadores sobre cómo mejorar la comunicación entre pupilo y maestro. De hecho tiene entre manos un proyecto, una academia de formación para técnicos que llevará por título Escuela de Entrenadores Influyentes.
“No hay fórmulas mágicas, pero los técnicos deben aceptar que ahora debe ser el entrenador el que se meta en el mapa mental del jugador, quien adapte su comunicación a la del tenista y no al revés, como pasaba hasta ahora”, plantea este ya veterano periodista.
Cuando el entrenador escucha lo que le dice el tenista y cómo lo dice puede detectar conflictos como la queja constante, si elude responsabilidades, si presta excesiva atención a lo que pasa fuera o cómo genera las expectativas, según Ginés una de las grandes asignaturas a superar: “A veces el jugador oculta sus verdaderas aspiraciones. Puede sentirse frustrado si no se cumplen. Suele tener prisa por llegar lejos y, si no lo logra, en ocasiones culpa al entrenador o, como mínimo, deja de confiar en él”.
El experto en rendimiento deportivo y comunicación efectiva apunta otra clave para que la relación entrenador-jugador dé sus frutos: “Si el técnico le ofrece al tenista evidencias de que existe una evolución, una mejora, reforzará su confianza en todo el proceso. Madurará. Será paciente. Autorresponsable. Y se sentirá satisfecho con su rendimiento si da el cien por cien en todo aquello que puede controlar”. Evitar que el deportista se sienta culpable y se frustre. O que cargue las tintas en el técnico cuando pierde. Porque ni uno ni otro son responsables absolutos de que la bola entre o no.
Si todo fluyera, concluye Ginés, el rendimiento crecería exponencialmente. Pero el problema puede que sea precisamente ese. Que las frustraciones, las mejoras, los baches o las emociones que tanto se amontonan en la cabeza de un tenista no salgan del dichoso móvil. De los dichosos whatsapps.