Sabe Luis Suárez que ha llegado al final del camino, el lugar donde siempre quiso estar. Ya no observa los trofeos del Barça como visitante del Museo, ya no envidia las botas de Ronaldinho –que no podía comprarse– que se vendían en la tienda Nike ni tiene que esconderse bajo su capucha en las gradas del Camp Nou mientras gritaba los goles del Barça.
Ha tenido la fortuna de coincidir en el tiempo y en el espacio con el mayor genio de la historia del fútbol y seguramente con su delfín, y no quiere que nada ni nadie le perturbe. Luis Suárez anda como un tiro y tiene una magnífica relación personal con Messi y Neymar que se transforma en un torbellino cuando entre ellos hay un balón por medio.
Por eso, Luis Suárez no quiere que nada le despiste. Aquel tipo que se enredó con un mordisco y estuvo a punto de no cumplir su sueño, aquel tipo que se entrenó cuatro meses en un pequeño gimnasio y al que la FIFA le prohibió pisar un terreno de juego, aquel tipo es otro en la forma, pero no en el fondo.
El fondo, su alma de goleador no sigue intacta, sino que se ha transformado. Sus números en el Ajax o en el Liverpool, donde consiguió la ‘Bota de Oro‘, asustan, pero los que está firmando en este primer curso completo con el Barça, son excepcionales.
En 39 partidos ha marcado 41 goles y además ha repartido 15 asistencias. No tiene techo, aparece en las grandes ocasiones, rescata a su equipo, sonríe, parece otro, una versión aún mejorada del que ya es el mejor nueve de la historia del Barça.
Suárez ha recorrido un largo camino. Huyó de Salto y se instaló en las calles de Montevideo, donde antes de jugar en Nacional, ayudó a su familia como barrendero. Su suerte fue cruzarse con Sofía Balbi, hoy su mujer, y le movió la motivación de reunirse con ella cuando se instaló con su familia en Barcelona.
Trazó líneas en el mapa para ver las distancias entre Montevideo y Barcelona, entre Groningen y Castelldefels. Después aprovechó las enseñanzas en las grandes escuelas de Amsterdam y Liverpool y ahora se siente en el sitio adecuado y en el momento oportuno.
Suárez ha cambiado. Ya no solo proyecta esa imagen de duro de película de serie B, es también un galán del área a lo Ricardo Darín, capaz de representar mil papeles, de resolver todas las situaciones y de equilibrar a su equipo. Ese es Luis, que hoy está donde siempre ha soñado.