Allí empezó la leyenda. No han transcurrido ni cinco años, el tiempo justo para recordarlo en la memoria porque siempre hay una primera vez. Hace tanto o tan poco de aquel título de Copa conquistado en Mestalla que la nostalgia nos invade. Un partido que empezó perdiendo y acabó goleando al Athletic, fue el primero, el primer título de catorce, el primero en cuatro años.
Como si se tratara de una metáfora del destino, el Barça vuelve a estar hoy en el mismo lugar, pero con otro reto. Entonces se jugaba el inicio de un periodo ilusionante, ahora se agarra a una asa de la Copa para seguir adelante, aunque no se sabe muy bien hacia donde.
Eliminados de la Champions y con opciones reducidas en la Liga tras haber tirado por la borda su credibilidad, los azulgrana miran al pasado, pero no el de cinco años hacia atrás, sino más lejos, a aquel Barça victimista que celebraba las Copas del Rey (o del Generalísimo) como si de la mayor competición se tratara. Aquel equipo en blanco y negro que se quejaba del trato a favor de los blancos y hoy de esa mano negra que todo lo ahoga, desde las inspecciones fiscales de Messi, el contrato de Neymar, la imputación y renuncia de Rosell o la sanción de la FIFA.
Se juega el Barça más que un partido. El equipo quiere, pero hace mucho que no puede. En la temporada de las rotaciones resulta que muchos miran un poco más allá, en el Mundial y en llegar a Brasil en la mejor de las condiciones.
Las dudas invaden al equipo, incapaz de resolver con solvencia ni un partido contra el colista. Las lesiones, además, le vuelven más vulnerable y el lío táctico del excel del ‘Tata’ Martino han acabado con la confianza de algunos futbolistas.
Se juega el equipo un título y la directiva un poco más de aire en esa atmósfera irrespirable que se ha convertido el barcelonismo en las últimas semanas. Una consulta -con un resultado cantado- para ganar tiempo y ahora esta final de Copa son las dos vidas extras de la partida antes de que la fanfarria anuncie el final del proyecto.
Y en el fondo el gran debate. Por mucho que esté recogido estatutariamente, un vicepresidente de un club de fútbol nunca estará legitimado para seguir al frente de la entidad hasta que las urnas le otorguen ese privilegio. Bartomeu y su directiva lo saben, pero no darán el paso hasta que no les quede más remedio.
¿Una derrota les obligaría? ¿Una victoria les legitimaría? El Barça, el barcelonismo sobrevive en su burbuja, pendiente de la dictadura del balón y haciendo caso omiso a aquella simple recomendación de Julio Cortázar: «Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas«.
Y como si de una historia cortazariana se tratara, con un principio que es el final o un final que nos retrotrae al inicio, en Mestalla puede acabar la leyenda. Cinco años desde la primera vez. Un equipo que no necesitaba entrenador, un equipo más veterano, un proyecto edificado en la venganza y esa mano negra que no nos impide ver los errores. Suena la fanfarria.