En medio de este momento de incertidumbre de juego y resultados, Luis Enrique Martínez está copando gran parte de las críticas. Pero no solo el asturiano es la diana de todos los comentarios; la esperpéntica situación de Douglas y Vermaelen sumada a la incertidumbre de otras posiciones como el lateral derecho y el vértigo producido por la sanción de la FIFA de no poder fichar hasta el 2016 sitúan la gestión de Andoni Zubizarreta en el punto de mira por enésima vez desde que llegara el 2010.
Vaya por delante que la tarea de Director Deportivo de un gran club como el Barça me parece uno de los oficios más desagradecidos que existen, sueldo aparte. En caso de naufragio del equipo, el que se sienta en el despacho es el primer señalado sin tan siquiera haber pisado el banquillo. Del mismo modo, en caso de éxito poco mérito se le atribuye, pues ni marca los goles ni decide las tácticas.
Algo similar sucede a la hora de hacer cualquier tipo de contratación. Si un fichaje sale bien, no puede sacar pecho ya que se sobreentiende que es lo normal por la fortuna que se ha pagado. Además, el director deportivo no solo es el responsable de los fichajes fallidos sino de los que triunfan en otros equipos y no en el propio. Todo el mundo saca el usuario del PC Fútbol que lleva dentro y analiza los movimientos del mercado con una misma conclusión: “Yo lo haría mejor”.
Si encima a todo esto se le añade la enfermedad de un miembro de la plantilla, la tarea de reemplazar a un mito viviente del barcelonismo, la desgraciada pérdida de su sustituto, la dimisión del Presidente que le nombró y otra serie de desdichas, el marrón alcanza proporciones considerables.
Dicho todo esto, parece sensato pensar que Andoni Zubizarreta no tiene la culpa de los problemas que ha tenido que asumir; pero es igualmente cierto que en ningún caso él tampoco ha sido la solución. La actitud timorata que demostró nada más llegar al cargo podía entenderse como un ejercicio de sensatez, no tocar lo que ya funciona. Sin embargo, a medida que el panorama se ha ido ennegreciendo, la estrategia a seguir del Director Deportivo azulgrana ha sido la propia de quién es consciente de su mediocridad: “Que pase la tormenta y que no se me lleve por delante”.
Así que ante cualquier atisbo de complicación, Zubizarreta no ha dudado en lanzar balones fuera en ruedas de prensa y entrevistas, en decir medias verdades para no enfadar a nadie o en abandonar a su suerte al entrenador de turno cuando ha tocado defender al primer equipo en asuntos peliagudos. Ojo, esto no quiere decir que no trabaje o que sea un holgazán tal y como se le suele caricaturizar, cosa que sabemos que le sienta especialmente mal. Simplemente es (me permitirán la metáfora tratándose del guardameta del Dream Team) como el portero miedica que en vez de salir con los puños por delante y arriesgarse a quedar retratado en la foto, prefiere resguardarse bajo el confort de los palos y hacer ver que se indigna cuando el delantero le emboca a bocajarro.
Esto no tendría que ser malo de por sí en un país donde la máxima es no darle problemas al jefe y echarle las culpas al de al lado en caso de duda. Si hasta el presidente del gobierno admite que la mejor forma de salir de un atolladero es fumarse un puro y dejar que la cosa se arregle. El problema es que en una Institución de tamaña magnitud y en un período tan convulso no basta solo con esconderse bajo el ala y esperar que no le vean, o lo que es lo mismo, hacer el avestruz.
Él, tan obsesionado en no dar ningún titular, parece no entender que no se trata de satisfacer más o menos al periodista de turno, parece no entender que su cargo no se limita solo a fichar a uno u a otro y que en su sueldo también entra dar la cara y hacerlo (he ahí la clave) con una explicación CON-VIN-CEN-TE. Porque dar la cara no es solo salir a tocar el violín delante del micro, es asumir que a veces hay que bajar al fango, ir de cara y asumir que habrá a quién no le guste lo que se dice.
No basta con parecer un buen tipo. Ni con hacer sensatas reflexiones en charlas de fútbol cordiales, ni tener una magnífica pluma a la hora de escribir (les recomiendo buscar en las hemerotecas artículos firmados por Zubizarreta, una maravilla). En definitiva, en un club como el Barça no valen solo buenas palabras y escurrir el bulto porque, al igual que pasa con los jugadores, uno puede esconderse unas jornadas y hacer trabajo específico en alguna sesión de entrenamiento, pero al final el que se escabulle acaba siempre retratado. De tanto andar de puntillas el Director Deportivo del Fútbol Club Barcelona se ha convertido en un personaje accesorio, en alguien de quien no se espera una negligencia pero tampoco ni un ápice de brillantez. Andoni Zubizarreta siempre podrá decir que no fue Rüstü Reçber. Pero tampoco Víctor Valdés.