Wembley: la final que lo cambió todo

Tocará Stoichkov, parará Bakero, chuta Koeman y… GOOOOOL. Son ya 22 años los que han pasado de aquella mágica noche y los que vivimos/sufrimos/disfrutamos en Wembley, en el bar, en casa, frente a una pantalla gigante o, simplemente, escuchando la radio no podemos olvidarlo. ‘Pasarán más de mil años, muchos más…‘ cantaban en un bolero mítico Los Panchos que viene como anillo al dedo para explicar lo que siente el barcelonismo ante aquel triángulo mágico. Lo que se sintió en el momento que Eusebio provocó aquella falta, el corazón encogido de tantos y tantos esperando el milagro o temiendo la catástrofe de unos penaltis que ya asomaban. Y el éxtasis, la explosión de júbilo desbordado; las lágrimas de felicidad de toda una afición entregada, por fin, a la gloria.

Muchos dicen que Johan Cruyff cambió la historia del Barça y, pensándolo fríamente, es tan cierto como la suerte que siempre acompañó al holandés. La suerte del elegido que salvó el cargo una noche de abril en 1990 cuando Hugo Sánchez agredió a Aloisio en Valencia y desembocó en una final de Copa que, ganada por los goles de Amor y Salinas, mantuvo al holandés en el cargo. Llegó después la Liga de turno (ganada con la gorra) y se dio paso a tres años de infarto colectivo y fútbol especial. Con Tenerife por partida doble y la dupla Djukic/González para rematar la leyenda. Sí, en Atenas se rompió el encanto, pero ese equipo, esa magia, esa leyenda, se hizo mayor una noche de primavera en Londres.

Había en las gradas del viejo Wembley barcelonistas de toda condición. Desde novatos que no habíamos estado en Sevilla seis años antes y sólo pensábamos en el triunfo hasta veteranos, los menos, que soportaban sobre la conciencia la decepción de Berna o el Pizjuán. Cuando Zubizarreta alargó una mano milagrosa ante Vialli, lo que muchos interpretaban como un canto al triunfo final, otros lo veían como la antesala de la tragedia; cuando Salinas o Stoichkov estuvieron en un tris de marcar ocurrió lo mismo… Cuando se llegó a la prórroga hubo quien lloró de nervios e impotencia temiendo lo peor. Pero en ese mágico minuto 111, Koeman le dio la vuelta de manera definitiva a la historia del Barça.

Desde entonces nada ha sido igual. Se gana, se pierde, se disfruta o se fracasa desde una perspectiva distinta. El barcelonismo de nuevo cuño no soporta sobre su espalda el peso de la historia, de las decepciones y del catastrofismo. Y el veterano, el que vivió las épocas de sequía, de injusticias ciertas o inventadas, se ha acomodado también en este nuevo orden. La vía holandesa que parió con menos fortuna de la esperada Michels pero que Cruyff elevó a la máxima brillantez ha colocado en el escaparate a un Barça que poco tiene que ver con el pasado. incluso cuando después de la gloria de París, el equipo de Rijkaard se suicidó por la autocomplacencia (o por lo que sea), el barcelonista no se entregó a la decepción eterna. ‘Volverán tiempos mejores’ se decía quien más quien menos. Y esos tiempos, más rápido de lo esperado, llegaron.

No olvidemos nunca aquella noche de Wembley de la que se cumplen hoy 22 años. No lo permitamos porque el éxito del presente se gestó en aquellos tiempos, cuando el iluminado Dios cambió la historia de nuestro Barça. Tanto es así que después de un doblete mágico pudimos acudir a Roma en busca de la eternidad y sin que nadie se planteara una posible derrota ante el Manchester United como una tragedia. Esa fue la mejor de las victorias. Acudir a un partido único –como en 2011 de nuevo a Londres– con la tranquilidad de que, levantando la Copa o viendo como la levanta el contrario, podremos volver a casa orgullosos. Si el 20 de mayo de 1992 esa Copa la hubiese ganado el Sampdoria, quizá la historia sería ahora mismo muy diferente…

¿Que Pep Guardiola tuvo mucha culpa en esta felicidad? Sin duda. Él fue capaz a través de la fidelidad a sus ideas de dirigir con mano maestra este tránsito desde Cracovia hasta Roma y Wembley, de convertir la duda en convencimiento. Somos lo que somos y a todo tenemos derecho a aspirar. En un abrir y cerrar de ojos consiguió que quienes dudaban del Barça cayeran rendidos a sus pies. A través del fútbol. Y nada más. Que no es poco.