En mi perfil de twitter, entre otras cosas, me defino como maratoniano de asfalto y de montaña. A lo largo de los últimos seis años, en los que se puede decir que me he entregado a correr, como hobby, en cuerpo y alma, he disputado múltiples carreras de diferentes distancias y modalidades pero ninguna tiene la trascendencia física y sobretodo personal que tiene el maratón.
En este año 2015 tenía marcados en rojo dos días del calendario: el 27 de septiembre –Maratón de Berlín–; y el 8 de noviembre día en que se celebraba el Maratón de montaña Burriac Xtrem.
Tal y como se indica en el briefing de carrera, el maratón Burriac Xtrem transcurre casi en toda su totalidad por el área protegida del Parque de la Cordillera Litoral, en la comarca del Maresme, pasando por los términos municipales de Argentona, Cabrera de Mar y Òrrius.
El recorrido es lo que podríamos denominar un rompe piernas, con muchas subidas y bajadas por sus senderos, más del 90% de su recorrido, de las cuales algunos muy técnicos, siendo muy exigente físicamente para todos los participantes por su rapidez más que por un desnivel positivo, que aún así no está nada mal, 1.800 metros positivos.
Una vez finalizada la prueba berlinesa disponía únicamente de seis semanas para preparar un maratón de montaña pasando del llano asfalto a los desniveles, los senderos, los árboles, las piedras… La verdad es que apetecía mucho un cambio de chip radical y sin ser esclavo del cronómetro.
De este mes y medio le tuve que restar la semana después del maratón de Berlín en la que no entrené para recuperar las piernas doloridas y también la semana previa a la Burriac, que la reservé para descansar y llegar fresco a la paliza que supone hacer 42 kilómetros por montaña.
En apenas cuatro semanas busco un equilibrio entre recuperarme del maratón de asfalto y al mismo tiempo endurecer las piernas para los desniveles. También tengo que aumentar la resistencia dado que tendré que soportar un esfuerzo de unas cuatro horas. Así que, menos velocidad y más resistencia. Este es el plan express para llegar fuerte a la carrera.
Dos entrenamientos de larga distancia por semana me permiten llegar a la cita en un estado de confianza. Los dos entrenamientos de casi cuatro horas, me permiten ser optimista para pensar que el cuerpo aguantará el esfuerzo que le espera.
Al igual que con el maratón de asfalto cumplo en la semana previa con la dieta disociada que tan buenos resultados me ha dado en los maratones que he participado hasta hora, y quizás en el maratón de montaña con más motivo al estar mucho más rato corriendo y sometiendo al cuerpo a un desgaste más prolongado. Conviene tener la reservas de hidratos a tope, que se desborden los depósitos de hidratos ¡si hace falta!
La noche antes de la carrera y justo antes de ir a dormir hago una prueba: me bebo una cerveza fresca para relajarme y dormir mejor. Lo peor que puede pasar es que no me relaje y por la mañana tenga un poco de alcohol en la sangre, pecata minuta. No me va nada mal porque apago la luz y consigo dormirme rápido y levantarme fresco cuando a las cinco de la mañana suena el despertador.
Al igual que en Berlín salgo de la cama y me meto directamente en la ducha. Tengo que estar a las 6:30 horas en la zona de salida para atender a un briefing de la organización, por lo que tengo hora y media para ducharme, desayunar y vestirme. Sin prisa pero sin pausa voy haciendo todo lo pertinente, desayuno igual que para un maratón de asfalto: una manzanilla, un plátano, dos bocadillos –uno de jamón cocido y otro de Nutella–, y un café doble.
Pasadas las seis y todavía hace una noche cerrada. Salgo de casa y voy caminando a la salida, sí, caminando porque la tengo a cinco minutos de casa, ¡qué lujo! Allí recojo el dorsal y el chip, un chip que a diferencia de las carreras de asfalto va adjuntado a una pulsera. En los controles de paso de la carrera hay unos aparatos donde cada corredor debe introducir el chip para que quede constancia de paso.
Ya lo sabía de antemano pero en el briefing nos lo vuelven a recordar: no hay suficiente con la bebida y comida que nos van a suministrar en los puestos de avituallamiento, es decir, es necesario que los corredores lleven consigo bebida y comida para ser autosuficientes durante la carrera. Puede que entre un puesto y otro se tarde más de una hora y por lo tanto mejor llevar algo para beber y comer.
En mi caso puedo disfrutar de la ventaja de que un miembro de la organización que está en el km 19 me dará un cinturón con tres botellas que previamente me he preparado. Durante los primeros 19 kilómetros tiraré de una botella que llevo en la mano y del avituallamiento de la organización. Del kilómetro 19 al 42 dispondré de tres botellas pequeñas y lo que la organización me vaya dando. Más vale prevenir que curar.
Queda tan solo 15 minutos para la salida. La temperatura es perfecta, unos 15 grados. Aunque por los modelitos que se ven en la salida parece que estemos algún grado bajo cero. En fin… que cada uno haga lo que quiera, aunque creo que cargarse de ropa por no pasar un poco de frío antes de salir me parece absurdo.
Me como otro plátano antes de salir mientras charlo con los amigos. Hay nervios y concentración pero no llega al nivel de un maratón de asfalto. La montaña no tiene la presión del tiempo. Se trata de correr y disfrutar. El tiempo que uno invierta no tiene importancia, o sí.
Cuenta atrás y un petardo en el cielo de Argentona es la espoleta para arrancar a correr. Me sitúo en el grupo de los primeros diez clasificados. No pasan ni dos minutos y ya hemos salido del pueblo para encarar un tramo de pista por el lateral de la riera de Argentona que durará unos 2 km. Salimos a ritmo, parece una prueba de asfalto, ¡que locos!, con lo que nos espera y vamos por debajo de 4’ el kilómetro.
Enseguida vemos una estampa preciosa, la niebla esconde las pequeñas montañas que en breves momentos tendremos que atacar, pero tanta hermosura no es gratis, la humedad durante la carrera será importante.
Un corredor del grupo de los favoritos se escapa. Esta acción causa sorpresa porque al parecer no lo conoce nadie y su salida kamikaze solo puede obedecer a dos motivos: o es un troll que vamos a alcanzar en breve medio exhausto agarrado a un árbol o es un crack y nos va a reventar a todos. No hay término medio.
Encaramos los primeros senderos dejando atrás la cómoda y rápida pista de la riera de Argentona. Los primeros desniveles hacen subir la pulsaciones demasiado pronto y está claro que tocará estar subiendo un buen rato y a ritmo muy alto.
Mi posición en carrera está entre el 5º y el 8º puesto, vamos en fila y la niebla nos envuelve sin molestar. Las sensaciones son raras porque me noto con las pulsaciones demasiado altas y la botella en la mano me molesta en las bajadas. Sin agobiarme voy corriendo intentando relajarme tras los primeros kilómetros de locura.
Muy poca pista y multitud de senderos. Algunos más técnicos que otros pero en general el que tiene piernas puede correr. Puede imponer un buen ritmo de carrera. En las subidas cada uno escoge el desgaste que quiere soportar, me refiero, a si se debe afrontar las subidas corriendo con zancadas o, por cansancio o el desnivel, se prefiere caminar. Un caminar rápido pero caminar al fin y al cabo. En mi caso intento prácticamente todas las subidas hacerlas corriendo, es lo que toca para seguir en los puestos de cabeza. Mis rivales no bajan el ritmo y quiero mantenerme en las posiciones privilegiadas.
Las bajadas tienen más o menos dificultad, hay de todo. Y aquí, no se trata de si estás más fuerte o no, se trata de técnica y valentía. Para ello se deben acumular muchos entrenamientos que son los que te dan la soltura para bajar rápido en medio de tantas piedras, raíces y agujeros que están esperando cualquier despiste o traspié para mandarte al suelo con imprevisibles consecuencias.
Con un ritmo alto de carrera he dejado atrás a varios corredores el 6º, 7º y 8º clasificados. Voy 5º y me he quedado solo, no veo a nadie por detrás ni por delante cuando todavía estamos en el quilómetro 19. Allí me espera Jordi de la organización, que me da el cinturón con 3 botellas pequeñas. A través de un walkie talkie escucho como dice: “En el 5º puesto pasa el dorsal 133, Oriol Bruguera de Argentona”. Vamos bien.
Sin ninguna referencia de donde está el 4º clasificado me dedico a ir a un ritmo constante, correr en la subidas y bajar rápido pero seguro. Tampoco sé si tengo alguien pisándome los talones, así que no debo dormirme en los laureles y apretar todo lo que pueda. Afortunadamente las malas sensaciones de los primeros kilómetros, con las pulsaciones demasiado altas, han desaparecido.
Salgo de mi letargo cuando en un control me dicen: “Vamos que tienes el 4º aquí delante”. Cambio un poco el ritmo. Intento apretar fuerte en las subidas y en la bajadas arriesgar más, y efectivamente, a lo lejos veo un corredor que va todo fluorescente, con una mochila. Lo recuerdo de los primeros kilómetros en los que le perdí de vista muy rápido.
Voy recortando terreno poco a poco hasta que lo alcanzo. Me doy cuenta de que, a pesar de ponerme a su altura, es tipo muy duro. Va a ser duro de roer. Sube muy bien y con mucha potencia, en cambio en las bajadas no va tan suelto. Me pongo delante de él e intento dejarle atrás pero no hay manera porque sube igual o mejor que yo. De hecho se pone delante mío y me saca unos 50 metros.
No desespero, sigo a mi ritmo y lo controlo en la distancia. Sufriendo claro está. Además tiene un grupo de amigos con bicicletas de montaña que le van arropando en diferentes tramos de la prueba, ¡que envidia! Me siento en inferioridad y me da rabia, además sus amigos me van mirando a lo lejos y le van diciendo cosas como: “lo estas dejando atrás”; “vamos que ya no puede”. La verdad, no sé si se lo decían realmente pero en mi cabeza oía estas frases y la rabia era gasolina para las piernas. Me estaba cabreando y me quería rebelar. Atraparlo y mirar a sus amigos y decirles: “¿Y ahora qué? ¿Me ha dejado o no? ¿No decías que ya no podía, eh?”. Todo esto evidentemente que no lo iba a hacer. Se trataba de una película que me había creado en mi cabeza para motivarme y darle caza.
Finalmente vuelvo a darle alcance y llegamos a un pacto sin necesidad de palabras: llegaremos juntos a la meta. Ya nos habíamos dado suficientes palos. El tecer clasificado estaba lejos y al sexto le llevábamos mucha ventaja. Es cuestión de no bajar el ritmo y que pasen los kilómetros.
Empezamos a hablar, ambos nos llamamos Oriol y para él es su primer maratón de montaña. Es básicamente un ciclista de btt. Lo que explica su potencia subiendo. Incluso me comenta que sabe quien es mi padre: el ciclista sin casco de la NII. Todo esto con treinta y pico kilómetros de montaña en las piernas y sumando.
Todo iba de maravilla hasta que nos empezamos a encontrar a los corredores de las carreras de 15 y 25 km, que también corren algunos tramos por los mismos caminos que el Maratón. Como en la vida misma, hay corredores que se apartan rápidamente cuando ven que los primeros clasificados del Maratón se acercan, y otros, sencillamente no se apartan y bloquean el camino pese a ir a un ritmo muy inferior. A pesar de suplicarles no se apartan o se hacen los despistados. Me muerdo la lengua. Afortunadamente la gran mayoría tienen una actitud de fair play que se agradece.
Llegamos a los últimos kilómetros. Nos encontramos con la subida a la colina que da nombre a la carrera, el Burriac, que esta coronada por un pequeño castillo en ruinas que hace siglos era el hogar del Senyor de Burriac. Para acceder a la cima se tiene que grimpar por unas rocas y, con las fuerzas justas y las rodillas doloridas de tanto esfuerzo, resulta un auténtico suplicio. Entre mi amigo Oriol y yo se interponen cuatro o cinco corredores de la carrera de 25 kilómetros. Quedo cortado y le pierdo de vista en medio de la ascensión por las rocas del castillo. Desde esta humilde crónica, muchas gracias por no dejarme pasar.
Ya solo queda una bajada de 3 kilómetros hasta la Font Picant d’Argentona y después una larga calle dentro del pueblo que conduce a la ansiada línea de meta. Voy bajando con las rodillas muy doloridas. No me lanzo en la bajada porque una caída ahora sería fatal y echaría al traste todo el Maratón.
Llego por fin a la Font Picant y me duelen tanto las piernas que aprieto fuerte los dientes, ¡que dolor! Una amiga me ve y me dice: “Eres un campeón pero no llegues con esa cara a meta, con una sonrisa, ¿eh?”. Veo a lo lejos a mi amigo Oriol, a unos 200 metros. El pacto de llegar juntos no se puede cumplir. Nos han separado unos desaprensivos subiendo el Burriac.
Me da exactamente igual llegar el 4º que el 5º. Más no puedo dar y de haber llegado juntos le habría cedido gustosamente la 4ª plaza. De jugarnos el tecer puesto ya habría sido diferente. Que uno puede ser bueno pero tonto no.
Llego a la Plaça Nova de Argentona, el final del Maratón. Hay mucha gente esperando para aplaudir a los corredores. Que gran sensación llegar a la plaza de tu pueblo repleta de gente tras un Maratón de montaña.
Después de la interminable recta de asfalto dos giros: izquierda y derecha, y meta. No puedo con mi alma, me cuesta introducir el chip en el control de llegada. Suerte que el director de la carrera me ayuda mientras me pregunta: “¿Te ha gustado el recorrido?”. No puedo ni contestar a causa del cansancio. Enseguida me viene un señor y me sujeta por si me mareo. Le explico que estoy bien.
5º clasificado y un tiempo bestial de 3 horas, 49 minutos. 22 minutos más rápido que en la anterior edición. Estoy muy satisfecho pero el cansancio no me deja valorar bien lo ocurrido. Tiempo habrá.
Camino exhausto unos minutos. Otros años tenía familiares esperando. En esta edición no hay nadie. Una pena porque en estos momentos se echan de menos. Compartir la alegría, el cansancio, la felicitación, la palmadita en la espalda… pero no es así y camino hacia casa solo como un zombie en The Walking Dead.
Como algún premio siempre cae, me ducho, me afeito la barba que prometí acabar con ella tras la carrera y me visto más o menos bien, para salir presentable en una hipotética foto en el podio, por si acaso.
Efectivamente me dan el premio a primer clasificado del Maresme. Una copa de recuerdo y una bolsa de obsequios con una camiseta y calcetines técnicos a los que les daré un muy buen uso en los próximos meses o años. Por cierto, la incógnita sobre el corredor kamikaze del inicio de la carrera queda resuelta. De troll nada. Me entero de que ha ganado. Se trataba de un corredor del País Vasco, por ese motivo nadie lo conocía.
Después de nueve meses entrenado duro, empecé en Marzo, la temporada 2015 toca a su fin. Las horas de entrenamiento han dado sus frutos y cierro una temporada para recordar. Una satisfacción total me embarga gracias a los buenos resultados obtenidos. He conseguido mejorar marca en 10.000 metros, Medio Maratón, Maratón de asfalto y Maratón de Montaña.
Ahora vienen unas semanas de vacío al no tener un objetivo a la vista. Del mismo modo que cuando esperas con mucha ilusión el día de un concierto y, una vez disfrutado, te quedas con un sabor agridulce una vez ya ha pasado.
Toca descansar pero también ir mirando la cartelera para ver cual será el próximo concierto. Comprar las entradas. Escuchar varias veces las canciones y que poco a poco vuelva a acercarse el día señalado para volver a disfrutar. Show must go on.