Un último concierto

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El último enero de la década de los sesenta llegaba a su fin. Era una mañana de jueves nublada en Londres, valga la redundancia, acompañada de un inoportuno viento que acrecentaba la sensación de frío. Los londinenses paseaban en el silencio implícito del invierno, sólo roto por los motores de los automóviles. De pronto, unos acordes cortaron el aire a ritmo de un riff de Lennon mientras Paul McCartney instaba a Jojo a volver a casa. Los boquiabiertos transeúntes que tuvieron la fortuna de presenciarlo, sólo por el caprichoso azar de estar en el sitio y momento adecuados, fueron testigos de la última parada de la que para muchos es la mejor banda que jamás ha existido.

«Don’t let me down» cantaba John Lennon. El tejado de un edificio de la céntrica calle Savile fue el escenario final del grupo que marcó la vida de muchos, un decorado completamente diferente para aquellos que cambiaron todo. No podían despedirse de otra manera. No valía con un concierto normal, no era suficiente con llenar otro estadio más. Eso ya lo habían hecho en demasiadas ocasiones. Apostaron por dejarlo en todo lo alto y así fue hasta que la policía londinense, a regañadientes, los tuvo que obligar a parar. «Me gustaría agradecer a todos en nombre del grupo y de nosotros mismos y espero que hayamos pasado la audición» fueron las últimas palabras que dijo Lennon como Beatle en concierto.

Los rumores de división del grupo los perseguían a todos lados desde años atrás. La magia de los primeros años ya sólo se podía intuir en el retrovisor y las motivaciones que guiaban a cada uno de ellos parecían lejos de converger. Aún así, decidieron reunirse una última vez para hacer lo que mejor sabían, dejando a un costado, aunque sólo fuese por una hora, todo aquello que los había llevado hasta esa situación. Una actuación para coronar su legado, un final a la altura de lo que fueron.