Corría imparable el reloj, mucho más rápido que la pelota, cuando, a falta de veinte minutos para el final, quedó certificado que no habría otro Stamford Bridge. Iniesta, el mejor jugador de momentos que tiene el Futbol Club Barcelona, abandonaba el campo en el minuto 72 para dar entrada a Pedro, que se estrenaba en la eliminatoria. Con aun tiempo para elaborar un gol, el Barça caía de lleno en la trampa de la ansiedad, tropezaba en la más grande de las piedras, colisionaba de lleno en el iceberg mientras el capitán del navío retiraba a los violinistas.
Martino, impoluto en los duelos clave hasta el pasado martes, mostró ayer un tan absoluto como desconcertante desconocimiento del juego en el peor momento de la temporada para hacerlo. Se dejó engullir por una lógica que cabría esperar más a un niño de cinco años que a un técnico con su palmarés y referencias, una lección que todo técnico debería conocer: no por tener más delanteros vas a marcar más goles. Es tan sencillo como contradictorio en esencia, pero el mensaje es aún más claro, si cabe, en un equipo como el Barcelona. El Tata pasó de creer en cinco centrocampistas como tratamiento paliativo al inevitable ocaso y murió con sólo dos y el equipo partido por la mitad, como ese buque.
Solo que, de nuevo, los violinistas estaban en su camarote.
El cambio de Iniesta fue simbólico. Tremendamente significativo. No se trataba únicamente de quitar del campo a uno de los pocos jugadores con capacidad de hacer algo especial, sino que también supuso truncar de forma injusta el partido de uno de los cuatro jugadores que realmente estaba intentando algo. Con menos o más fortuna, pues convendremos que Andrés no tuvo su mejor noche. Pero, al igual que Neymar, Busquets o Jordi Alba, su determinación y fe jamás pueden ser prescindibles cuando determinación y fe son lo único que no puede faltar.
Significativo y simbólico fue, además, porque Andrés, cuyo compromiso es encomiable, bailó con la más fea mientras medio elenco de The Walking Dead continuaba deambulando sobre el césped. Jugadores que, bien por edad, por falta de ganas, por aburrimiento, hartazgo o quizá un poco de todo, habían dimitido de la eliminatoria tiempo atrás. Años atrás. Jugadores que encarnan parte de los males que carcomen los cimientos de este equipo, cimientos que una vez representaron y que hoy deshonran con el visto bueno de aquellos que también dimitieron de sus funciones sin abandonar el sillón.
Un cambio lleno de significado también porque demuestra que el entrenador no ha aprendido nada del lugar en el que se encuentra. Ni a derribar a los rivales que siempre pusieron en dificultades a los culés ni a comprender que este Barça es un equipo de centrocampistas que tiene la fortuna (cada vez menor) de tener a Messi. Utilizar un 4-2-4 como recurso para remontar quizá le servirá al Madrid, bien abastecido de delanteros, pero no es la solución para un conjunto que concentra toda su calidad en la línea de medios. Sacrificar a un mediocentro antes que a un defensa supone un desconocimiento supino de la menguante esencia del Barcelona, un error de un calibre colosal cuando más necesitaba el equipo un entrenador que le encendiera la luz, no que cortara la electricidad al faro.
En el cambio de Andrés Iniesta se hallan todos los males que el Barça no puede ignorar más.