Todos odian a José

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I am the happy one” manifestó José Mourinho en la rueda de prensa que marcaba su retorno a Stamford Bridge. José, que antes fue The Special One y The Only One, dejaba atrás los numerosos conflictos que caracterizaron -mucho más que los títulos- su etapa en el banquillo del Real Madrid y volvía a su amada e idolatrada Premier League. Lo hacía, además, al equipo cuya afición lo seguía reclamando años después de su marcha en 2007, aunque esta fuera inesperada y por la puerta de atrás, presuntamente por su maltrecha relación con Roman Abramovich.

El mismo Mourinho sabía, sin embargo, que esa felicidad de la que hacía gala era de vida efímera, con una caducidad tan cercana como el primer contratiempo que sufriera, tal como pasó en sus etapas en Milán o Madrid. En efecto, la sonrisa se desvaneció de su rostro, que volvió a ser agrio, taciturno apenas transcurridas unas semanas de su regreso. Los periodistas se enfrentaban de nuevo a The Special One, ese tipo espléndido en la victoria y resentido, amargado y desagradable hasta el extremo cuando las circunstancias van mal dadas.

Magnífico entrenador -su currículo lo avala-, sigue sin digerir los resultados adversos, continúa en su tan eterna como vana búsqueda del culpable de sus derrotas, como si se hallase en una novela clásica en la que el protagonista debe superar incontables adversidades de los elementos. Del mismo modo que sucedió en Italia y en España, Mourinho sospecha de la existencia de una mano negra en el fútbol inglés que se cierne sobre su figura y la de su equipo, impidiéndole cosechar los triunfos que él debe creer merecer, poniendo trabas en su camino hacia la gloria.

El calendario fue, otra vez, el centro de las críticas del portugués el pasado octubre, en un tema que, siguiendo la estela de su trayectoria, se convertiría rápidamente en recurrente. También cargó contra aquellos jugadores que, a su entender, desvirtúan el juego fingiendo las faltas (como la que dejó a Gotze en el dique seco varias semanas en la final de la Supercopa de Europa). Apoyó al árbitro que señaló un penalti -inexistente- a su favor en el último minuto de un partido que tenía perdido, olvidándose de las conspiraciones por unos días. No dio importancia a las quejas de Wenger sobre el traspaso de Mata porque, según el portugués, Wenger siempre se queja” y que llorar es una tradición del club inglés.

No fue la última vez que Mourinho cogió su disfraz de sartén, dispuesto a atizar a cualquier cazo que se interpone en su camino. La pasada noche, José sacó en rueda de prensa otra vertiente de esa personalidad tan propia: la de defensor del juego ofensivo. “Esta no es la Premier League. Esto es fútbol del siglo XIX denunció el portugués tras el empate a cero con el West Ham en el Bridge. “Un partido se trata de dos equipos jugando. En este había uno jugando y otro no” declaró el artífice de ver a Eto’o de lateral o de la ida de la semifinal de Champions de 2011, un personaje de esencia tan contradictoria que en él sólo hay un aspecto inmutable: después de dos décadas en los banquillos, sigue sin digerir las derrotas. Eso, claro, y la conspiración que lo persigue desde que abandonase Portugal.

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