Luis Figo ha demostrado de nuevo –esta vez durante el sorteo de los cuartos de Champions League– su desprecio hacia Catalunya y el FC Barcelona a través de la prensa deportiva de ambas instituciones. Y lo ha hecho, en un nuevo acto que demuestra su cinismo e hipocresía, no sólo al negarse a atender a los medios de Barcelona, sino además por hacerlo de malos modos.
Seguramente, lo que pretende Figo con esa actitud es pasar de verdugo a víctima de una historia que sólo él originó. Mantener esa postura le resulta interesante para que no se hable de lo que de verdad ocurrió en aquel verano de 2000.
Para entender aquello cabe remontarse a su llegada al Camp Nou, en 1995. Figo aterrizó en Barcelona gracias a que el conjunto culé se aprovechó del doble contrato que el luso había firmado con el Parma y la Juventus, una primera demostración del tipo de persona ante el que nos encontrábamos. En las cinco temporadas que Figo militó en el Barça, su contrato fue revisado al final de todas y cada una de las temporadas –siempre bajo la amenaza de marcharse– donde no faltó a su cita con la ingeniería de los contratos cuando en uno de esos veranos firmó un contrato con el Milan, que obligó al Barça a fichar a jugadores como Dugarry o Reiziger para asegurarse la continuidad del portugués.
En el verano de 2000, Figo volvió a solicitar una mejora de su contrato de nuevo bajo amenaza de marcharse y esperando obtener otra renovación. Sin embargo, aquel año fue diferente. El club se hallaba inmerso en plenas elecciones a la Presidencia, lo que hacía inviable que Figo pudiese ser oficialmente renovado hasta finales del mes de julio, fecha marcada para unas elecciones que coincidían casi en el tiempo con los comicios a la presidencia del Real Madrid, las primeras que ganó Florentino Pérez.
En esa situación, José Veiga, representante de Luís Figo, firmó un precontrato con el entonces candidato Florentino Pérez el cual estipulaba que si éste ganaba las elecciones, el portugués ficharía por el club blanco, previo pago de la cláusula de rescisión de 10.000 millones de pesetas. Si el acuerdo se incumplía, el portugués debería compensar al club blanco con la mitad el importe, 30 millones de euros. Veiga firmó el acuerdo sin el conocimiento expreso de Figo –quién llegó a afirmar en portada de prensa deportiva catalana que no se iría del Barça–, pero al tener poderes absolutos para representar al portugués, su firma fue suficiente para que el acuerdo tuviera validez incluso sin la rúbrica de Luis Figo.
Cuando Florentino Pérez ganó las elecciones (gracias a ese acuerdo) esa misma noche Luis Figo llamó por teléfono a Joan Gaspart implorándole y diciéndole que él no quería ir al Real Madrid, que ese precontrato lo había firmado su representante a sus espaldas y que juntos denunciaran ese precontrato. De salir perdedores, el FC Barcelona se haría cargo de los 30 millones de penalización. En el prácticamente único acto de lucidez de Joan Gaspart como presidente del Barca, se negó.
Y es que la familia Figo se encontraba totalmente establecida e integrada en Barcelona, donde el portugués era el capitán y auténtico ídolo de la afición. Su mujer tenía negocios en la Ciudad Condal que estaban creciendo y, de hecho, fue ella una de las personas que más se opuso al traslado. En los días posteriores, se la pudo ver visiblemente afectada en sus círculos íntimos por dejar la ciudad en la que había encontrado la felicidad y estabilidad que buscaba.
Pero no había opción y Figo fichó por el Real Madrid en contra de sus propios deseos. La cara del portugués el día de su presentación como jugador blanco era todo un poema, nada que ver con la felicidad que debía irradiar el fichaje más caro de la historia del fútbol en aquella época.
De hecho, en sus primeros meses como jugador blanco, Figo siempre tenía buenas palabras para Barcelona y el Barcelona, pensando que aquí se le iba a perdonar. Pero en su primera visita al Camp Nou, el día del marcaje de Puyol, ese día Figo descubrió la verdadera dimensión de lo que había hecho aquel verano.
Y tras catorce años, sigue sin superarlo. Quién sabe si cuando muestra esa ira con la prensa catalana y culé, quizás la esté expresando contra sí mismo por lo que sucedió entonces.
Sea por lo que sea, hasta nunca.