Sin soluciones

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El Barcelona ha hecho de la pelota su arma en los últimos años, su seña de identidad. Jugara con la camiseta azulgrana, negra o fosforito, el Barça era reconocible en todos sus encuentros. Especialmente en la era Pep, la defensa y el ataque partían del mismo axioma. La posesión y la rápida circulación del balón ofrecían suculentos beneficios al cuadro blaugrana, a saber: prevención de desastres, al privar de esférico al rival; merma de su moral, al no poder más que defenderse; y el cansancio de los adversarios. Como si fuese una tortura china, el Barça, gota a gota, pase a pase, convertía lo indoloro en el peor de los castigos. La paciencia y el orden daba sus resultados: el juego de posesión culé, vertiginoso, con el pase horizontal como complemento y no fundamento, destrozó sin contemplaciones a cualquiera que se puso por delante, sin importar el tamaño. Por la trituradora pasaron equipos como Madrid, Bayern o United.

Sin embargo, el Chelsea en 2009 supone el primer gran escollo a superar. Sí, el equipo de Hiddink no hacía nada nuevo, no reinventó la rueda: se defendió con el cuchillo en la boca en el último tercio del campo. Aún así, había algo diferente en ellos: no bajaban los brazos, eran tan voraces en el minuto uno como en el 89. Parecía que finalmente se había encontrado el antídoto a un equipo total, pero un milagro en el último segundo los tumbó. La euforia de la Champions y la explosión de Messi redujo la gravedad del asunto, tapó las dudas que surgían al designar como solución a Zlatan Ibrahimovic.

En 2010, el Inter de Mourinho repitió la estrategia con más éxito. La única diferencia notable se encontraba en el resultado de la ida. Villa fue, en este caso, la respuesta culé, el gérmen del mejor Barça de la historia, demasiado para el primer año de José en Madrid. El portugués, humillado por 5-0 en Liga, aprovechó la tormenta de clásicos de abril de 2011 para dar con la manera de batir a ese monstruo que había levantado Pep sobre los hombros de Messi. Superado en Liga (sólo una reacción final, con el Barça ya casi campeón, propició el empate), en la Copa es donde se vio el planteamiento más interesante: el Madrid se comió al Barcelona durante los primeros 45 minutos, en un ejercicio de presión y agresividad que debería figurar en el diccionario. No obstante, la gasolina duró menos de una hora y únicamente los fallos de los culés y Casillas evitaron que la Copa viajara a Catalunya. En las semifinales de Champions, otro plan: encerrarse en casa y esperar que en diez minutos sonara la flauta. Sólo la expulsión de Pepe permitió al Barça crear peligro y Messi se encargó de sellar el pase a la final con dos tantos, el segundo probablemente su gol más importante hasta la fecha. En la vuelta, el Barcelona tampoco encontró el camino, aunque el análisis de ese partido bebe directamente del primer choque.

Para la 2011/12, Guardiola pudo disponer por fin de Cesc. El Barça continuó su tiránico dominio hasta el Mundial de clubes, perfectamente uno de los mejores encuentros que disputó el equipo de Pep, con todo lo que esta afirmación conlleva. Fàbregas proporcionó minutos fantásticos, pero se diluyó en enero, quizá cuando Guardiola intentó cambiarle el nombre por Xavi, desconociendo la influencia terrible que había supuesto en él la Premier, una impronta que se antoja imborrable. Guardiola confió en el once del año anterior para lograrlo todo, pero tuvo que conformarse con la Copa. El Madrid hizo la mejor Liga de la historia, un equipo tremendo. Es muy posible que en esa temporada cohabitaran dos de los mejores conjuntos que han jugado jamás a este deporte. El único defecto de ese Madrid se hallaba en su principal aval, un Mourinho tan fantástico cuando se sabe superior al rival como conservador en los momentos clave. Los merengues tenían equipo y jugadores para dominar y eligieron ser dominados. El Barça, mientras tanto, caía con las botas puestas ante el Chelsea de Di Matteo, logrando, esta vez sí, traducir su superioridad en una tormenta de ocasiones. No obstante, la suerte, tan caprichosa como real, que se alió con ellos en 2009 rehusó repetir en 2012.

De 2013 no vale la pena hablar. O no sin aclarar antes que no se parte de la misma premisa: el Barça era superior a sus rivales en 2009, 2010, 2011 y 2012. En 2013, no. El Bayern era ya un conjunto hecho, muy diferente al que habían devorado en 2009. El resultado global (7-0) despertó a todos aquellos culés que aún creían que veían, semana a semana, al mejor equipo del mundo. Surgió entonces un debate tan interesante como extraño en la masa culé, que lleva en su sino tan marcadamente grabada la autodestrucción y la crítica destructiva. Era un mensaje de renovación, de reformar los cimientos sin tirarlos abajo. Hacía falta que algunos de los protagonistas dieran, silenciosamente, un paso al costado. Se requería, también, que llegaran nuevos jugadores que aportaran las soluciones que desde dentro no podían encontrarse. Por último, el club debía ser ejemplar con los que se creyeron por encima del bien y del mal, recurriendo a años pretéritos para justificar su presencia pasada y futura, ignorando que en el fútbol, como en la vida, sólo se nos puede medir por el presente, no por lo que se fue.

A casi noviembre de 2013, el Barça empata en su primer test serio contra el peor Milan que se recuerda, un equipo que sin acabar octubre ya está a once puntos del líder de la Serie A. El equipo del Tata estuvo sin ideas, enarbolando la bandera del pase como excusa y no como estilete, abusando de la horizontalidad, convertida en vicio, lejos de la virtud de la que se partía en 2009. El equipo no va a encontrar súbitamente el camino con solo el fichaje de Neymar, y más si Martino sigue empeñado en ahogarlo en la banda. Es hora, definitivamente, de mirar a la cara a los problemas y retos que presenta este equipo, aunque ello suponga renunciar al máximo nivel durante un par de temporadas. De lo contrario, el abismo se presiente más cerca a cada jornada que pasa y la proximidad de la caída amenaza con acabar con el ‘seny’ de la afición, hinchada de paciencia ante la ineptitud de los que toman las decisiones.

El Barça, en 2013, sigue sin encontrar soluciones a problemas que datan de 2009.