¿A qué jugamos?

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Fool me once, shame on you. Fool me twice, shame on me.

El fútbol es injusto. Es una de las pocas verdades universales que se pueden aplicar en este mundillo, quizá la única. Quien quiera justicia puede buscarla en otro lugar, en algún edificio público de los que dispone el gobierno para tales efectos. No la encontrará en un campo de fútbol y eso es lo que engrandece a este deporte: las continuas victorias de David y ver a Goliat hincar la rodilla. Cuántas más veces pierdan los gigantes, mayor será la salud del deporte. Afortunadamente, ni la calidad ni el presupuesto ganan por sí solas los títulos.

Encabezando la entrada se encuentra un refrán inglés. Es difícil encontrar equivalentes a este tipo de oraciones populares, pero podríamos tratar de traducirlo de la siguiente manera: «si me engañas una vez, la culpa es tuya; si me engañas dos veces, la culpa ya es mía«. Puedes realizar un partido lamentable en Holanda, al fin y al cabo era prácticamente intrascendente y jugabas contra un rival al que le iba la vida en ello. Podemos discutir sobre cómo se pierde, pero asumimos que se tomarán medidas para evitar que vuelva a pasar. Cinco días después vuelves a jugar: repiten todos menos Song, Puyol y Pedro. El equipo realiza veinte minutos de buen fútbol en la primera parte, encaja un gol en la segunda y acaba el partido en su propio campo, sin probar al portero rival a pesar de ir por detrás en el marcador. Sin el menor atisbo de peligro. El culé nunca tuvo la sensación de que su conjunto iba a ganar ese encuentro. La mejor ocasión para marcar la tiene, curiosamente, el equipo que va ganando.

¿Casualidad? Bueno, quizá podríamos atribuir toda esta situación a ella si fuese la primera vez que sucede. Incluso la segunda. No es el caso, para nada. Si Martino quiere ver estos partidos, que revise cintas del Barcelona a partir de febrero de 2013. Es de suponer que las tiene todas a su disposición. Si él no puede llevar a cabo la tarea, que se lo pida a algún ayudante. Que alguien en el equipo técnico haga el santo favor de mirar los partidos del Barça de hace unos meses y luego lo compare a lo que estamos asistiendo en estas últimas semanas. Si después de ello el mensaje sigue siendo que firmamos perder un partido de cada veinte, es que esta temporada ya se da por acabada.

«La prensa se guía por el resultado» comentó Martino en rueda de prensa tras acabar el partido de Bilbao. Resulta extremadamente irónico que lo diga un técnico que, a estas alturas, sólo ha aportado resultados. En el Barça del Tata no se conoce ni rumbo ni destino. Después del periodo de gracia de cien días que se concede a cada entrenador, el conjunto pinta peor que nunca. No se sabe si quiere ser dominador, dominado, construirse con la pelota o vivir de las contras letales. No se aprecia ni se intuye esfuerzo alguno en los jugadores salvo en contadas excepciones, futbolistas que parecen físicamente agotados cuando aún estamos dando comienzo a diciembre. La temporada parece un calco de la anterior, con algunas notables diferencias: no han comenzado a desinflarse en febrero, el Madrid no está renunciando a la Liga este año y el envite del Atlético de Madrid parece de todo menos broma.

Lo malo de fiar todo a los resultados es que cuando estos no acompañan, no hay nada a lo que agarrarse. ¿En qué ha contribuido Martino a este Barcelona hasta ahora dejando de lado un magnífico 40 de 45 en Liga? Ni ha dado entrada en el once a nuevos jugadores (excepto Neymar, por razones obvias) ni ha proporcionado novedades tácticas. Tampoco ha conseguido recuperar a aquellos que llevan dos años perdidos para la causa ni ha logrado deslumbrar con el juego más que en el partido inicial de la temporada contra el Levante. La culpa comienza a ser suya desde el momento en el que sigue dándose cabezazos contra la pared alineando a jugadores que no están para más de treinta minutos. Los focos van a empezar a centrarse en él toda vez que se intuye que la meritocracia en ese vestuario no es más que una utopía.

Mal equipo ha elegido Martino para ser un hombre de club. Los de arriba no defendieron ni a Guardiola, el técnico que más plata ha llevado a las vitrinas culés en toda su historia. Los jugadores no esperaron ni dos meses para cargar contra el anterior entrenador, atribuyéndole la culpa de su gigantesca indolencia y su vergonzosa actitud. Los medios están esperando un mensaje de las altas esferas para desenfundar y acribillarle. Y los aficionados, mientras tanto, no pueden mostrarse más que contrariados ante la expectativa de pensar que el capitán de la nave no ve un iceberg que ya ha dejado de intuirse para convertirse en una tremenda y muy perturbadora realidad.