El marcaje imposible

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«El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado«. Así se resistía el protagonista de ‘El viejo y el mar‘ a las sucesivas trabas que surgían en su noble batalla contra el pez que se negaba a ser pescado. Es la obra maestra de Ernest Hemingway, la última que vio la luz mientras el escritor seguía respirando, el mejor ejemplo de persistencia, fuerza de voluntad y fortaleza ante las adversidades que se pueda hallar en forma de novela, el relato imprescindible del fabuloso autor que ganó el Nobel de Literatura en el 1953.

Carles Puyol no es viejo a sus casi treinta y seis años, sin embargo parecería que se fuese a dormir cada noche con el escrito de Hemingway a su lado. Un defensa magnífico mientras el cuerpo aguantó el semanal viaje al límite, el hombre que ha puesto en el mapa a la Pobla de Segur, ha sucumbido finalmente ante su rival más poderoso, aquel que se zafa de cualquier marcaje. Pocos compañeros de gremio se lo habrán puesto más complicado al tiempo que Puyol, que ha acabado hincando las rodillas cuando éstas ya habían capitulado hace años, haciendo el trabajo sucio al que nunca mira atrás.

Puyol dice adiós y la mayoría no nos podemos imaginar cuán duras deben haber sido las noches que lo han llevado hasta la sala de prensa. No se trata sólo de abandonar aquello que le da de comer, el deporte al que ha dedicado su vida y el club al que entregó su corazón incluso cuando todos hubiésemos entendido que se fuese. El físico, el que lo alzó como uno de los mejores defensas (sería injusto reducirlo a central cuando ha rendido tan bien en todos los flancos), ha dicho basta. Asumir que las órdenes de tu cerebro ya no se ven fielmente representadas es uno de los momentos más amargos que afronta el ser humano en una vida que siempre va dirigida a ese instante. Ya no habrá más sprints salvajes por la línea de cal para salvar un centro, sus piernas han agotado los remates que desafían a la gravedad y Carles siente que ya no puede dar la cara que tantas veces le han partido como le gustaría. Ha sido consumido por su propio fuego y estilo, el que no perdonaba un partido al 99%. 

Del capitán quedan mil imágenes que podrán ver hoy por doquier, aunque realmente no les sea necesario, ya que él nos ha acompañado en varios de los mejores momentos de nuestras vidas. Qué les voy a decir que no sepan: todos levantamos esa anheladísima copa en París, repetimos en Roma y habríamos llevado hasta el cielo la de Wembley hasta que él nos la hubiese arrebatado para dársela a Abidal. Besamos la senyera esa tarde mágica de mayo y nos habíamos dado por vencidos cuando él puso el escudo que siempre defendió para evitar un gol inevitable.

Puyol se va y hoy más que nunca sabemos que jamás lo va a hacer.

Foto: EFE