«Algun dia prendrem mal», dijo Pep Guardiola después de que Jose Mourinho le metiera el dedo en el ojo al entonces segundo entrenador del F.C. Barcelona, Tito Vilanova, «Pito» para Mou. El Barça acababa de ganar la Supercopa de España ante el Real Madrid y nada –o casi nada– hacía presagiar que el desgaste del entonces entrenador del equipo culé había llegado a rebosar el vaso.
La frágil memoria culé, o mejor dicho, el síndrome de Estocolmo que vivimos tras la rueda de prensa de Guardiola en que anunció que «m’he buidat i necessito omplir-me», hizo que aquel «prendrem mal» acabara como epitafio de la época más gloriosa del F.C. Barcelona. En realidad Guardiola dijo, durante su despedida, «tinc la percepció que hauríem pres mal tots» o sea que dejaba en condicional y a su percepción –o llamémosle feeling– que acabaríamos haciéndonos daño todos.
Ya han pasado más de dos años y algo más de dos entrenadores. Guardiola dirige a un equipo alemán y al Barça lo dirige un técnico argentino. La directiva de Sandro Rosell fue lo suficientemente hábil para dejar la transición del mejor equipo de la historia –del Barça para unos, de la historia del fútbol para otros– en el segundo entrenador de aquel Barça. Pero, a la vez, fue lo suficientemente incompetente como para anunciarlo en el mismo momento en que se despedía al primer entrenador. Aquel momento escenificó el cambio de timón que daba el club, que viraba hacia tiempos pretéritos, ahora ya definitivamente adoptados.
La mala suerte en forma de una enfermedad incompatible con el día a día del primer entrenador de un club tan grande como el Barça, acabó con el entrenador Tito Vilanova –por suerte, no con la persona–. Antes, no obstante, se logró ganar una liga más gracias a la conjura de un vestuario con ganas de demostrar que eran ellos los artífices de aquel Barça gloriós, que podían ganar con o sin Guardiola.
Y llegamos al momento actual. Guardiola acaba de perder su segundo partido en su primera temporada en el Bayern de Munich. Igual que el Barça del Tata Martino.
En pleno mes de diciembre, tenemos a media culerada con un ojo en Alemania celebrando que Thiago pasaba por el quirófano como título mayor. Mayor incluso que la Supercopa de España ganada contra el equipo más en forma del fútbol español, el Atlético de Madrid. Y ahora, estos mismos celebran la derrota del equipo alemán en su campo contra el Manchester City en un partido intrascendente para su clasificación como primeros de grupo en la Champions League. Pero claro, algo hay que celebrar mientras en nuestro Barça ganamos aburriendo a los niños que ya no hay en el Camp Nou, porque lo que principalmente importa es ganar. Ganar y volver a ganar. Y eso es lo que el Barça venía haciendo hasta ahora, que también pierde.
La otra mitad de la culerada es la que disfruta cada jornada con el juego que despliega el –bautizado por mi amigo Javier Polo– «primer equipo de Catalunya», el Bayern de Pep. Estos cules han tirado la toalla por el buen juego del Barça, pero dudo que la hayan tirado por los títulos. Los hay que creen que por inercia se ganará la liga. Pero, desgraciadamente, cada partido que juegan unos y otros hace que miren más para allá que para aquí. Y esa mirada tiene un motivo claro: cómo se consiguen las victorias y cómo se juega con la pelota. Porque lo que principalmente importa es tratar bien al balón.
Ahora es cuando digo yo «prendrem mal». Guardiola lo dijo después de vencer al enemigo y que éste agrediera a su segundo. A su brazo derecho. A su amigo. Pero ahora que Guardiola ya no defiende los intereses del Barça y forma parte del «enemigo» es cuando más fuerza parecen recobrar sus palabras. «Prendrem mal». Y así, con esta realidad, seguiremos dando la razón a quienes afirman que somos un club autodestructivo. Que al «enemigo» lo tenemos en casa, no en Alemania.