La precipitada llegada de Gerardo Martino al FC Barcelona sin duda ha supuesto un antes y un después en el Barça de la era Messi.
El duro golpe de la recaída en la enfermedad de Tito ha sido el accidente que probablemente haya terminado por defenestrar el Barça de Pep efímeramente continuado por Vilanova.
La contratación de Martino como entrenador ha de entenderse como un intento lógico de mantener la línea argumental y exitosa sobre la cual se asienta el estilo del Barça.
Paradójicamente, mientras Rosell ha ido sujetando los pilares básicos del equipo a base de renovaciones populistas, a la vez ha ido soltando amarras con los vestigios del legado de Laporta, algo que ha levantado ampollas en la afición y que sin duda ha debilitado al club.
Tanto es así, que llegado un punto en que tanto los que se juntan en el campo, como los que lo hacen en el despacho parecen asumir que todo volverá a su cauce por la inmensa calidad de los primeros. Y ya sabemos lo que pasa cuando impera la dejadez. La sensación es que a falta de otro personaje más carismático, no hay otro liderazgo reconocible tanto fuera como dentro que no sea el de Messi. Peligro.
A Martino, hombre sencillo, campechano y con armario en consonancia, cuyo paso por Paraguay nos dejó la imagen de un equipo rocoso y admirado por su rigor defensivo, se le ha encomendado la tarea de revitalizar un equipo de marcado carácter ofensivo. Además, los caprichos del mercado han ‘obligado’ a que un equipo que el año pasado alcanzó 100 goles en liga, gastara una millonada en contratar un delantero, cuando las carencias ya acuciantes están en la línea defensiva.
Las continuas lesiones de Puyol y Adriano, el estado de forma de un Piqué cada vez más en entredicho, la aportación de Mascherano en una posición adoptada, la poca confianza en Bartra y el inacabable período de adaptación de Song, no parecen alentar mayores ilusiones. De hecho, que la tercera opción a jugar de central sea para Busquets, deja en entredicho la planificación deportiva.
Por tanto, como buen estratega que es el Tata, apenas llegar a Barcelona anunció que su pretensión era recuperar la presión arriba. Recurso lógico si se es consciente de las debilidades de abajo.
Y es que, prescindiendo de comparaciones con otros equipos, la paulatina erosión del primer equipo es un hecho tras la marcha de jugadores que aportaban poderío físico al equipo como Eto’o, Touré, Keita y por último Abidal. Lo cierto es que el Barça de hoy parece inferior al del periplo glorioso tanto en prestaciones como en versatilidad, toda vez que las incorporaciones no han suplido convenientemente las salidas.
Aparte de ello, la política de cantera ha variado sensiblemente y lo que hasta hace poco era el mayor tesoro y envidia de otros clubes, parece haber pasado a ser un incómodo lastre a pesar de las explicaciones de Zubi. Inconcebible la marcha de Thiago en otro supuesto. Si un jugador se quiere ir, al final se irá, pero Perogrullo nos advierte de que si este jugador tiene una cláusula de 90 millones en lugar de 18, no sólo es un mensaje a los pretendientes, sino de confianza hacia el propio jugador. Otro punto negativo, pues el club, implícitamente, está invitando a Martino a obviar una de sus posibles tablas de salvación.
Si se une a ello los crecientes rumores de OPA sobre Cesc, Pedro (al que le espera un año muy complicado), Alves y la salida de Valdés a final de curso, lo cierto es que el puzzle se vuelve más complicado que explicarle a Sergio Ramos los conceptos flashback y spoiler.
Ahora bien, el Barça es una golosina a la vez que un reto diferente para cualquier entrenador. Dirigir al Barça no sólo implica conseguir resultados a corto plazo sino, en este caso, heredar el equipo que probablemente será más recordado por su juego -y sus triunfos- durante décadas y además, hacerlo tratando de frenar su declive…
El Tata tiene ante sí una paTata caliente que puede acabar quemando a más de uno.