Munuera Montero o cuando el bulo es la noticia

Hay momentos en los que el periodismo se olvida de sí mismo. En los que la obligación de informar cede ante la tentación de incendiar. En los que la verdad, frágil y aburrida, no compite contra el estruendo de la mentira bien orquestada. El caso de Munuera Montero es el enésimo ejemplo de un ecosistema mediático donde la difamación no solo no tiene coste, sino que cotiza al alza.

Un árbitro se limita a aplicar el reglamento. En Pamplona, Munuera hizo lo que cualquiera en su posición habría hecho: expulsar a un futbolista que cruzó la línea de la protesta y entró en el insulto. Jude Bellingham, estrella indiscutible del Real Madrid, fue el protagonista de la escena. Pero en la narrativa que algunos construyeron después, el villano solo podía ser uno: el árbitro.

Fue entonces cuando llegó el bulo. No uno cualquiera, sino uno diseñado para hacer daño, para erosionar su credibilidad, para colocarlo en la picota pública. Se lanzó la acusación de que Munuera tenía incompatibilidades profesionales que ponían en duda su imparcialidad. Sin pruebas. Sin el más mínimo rigor. Sin nada más que el impulso de una vendetta. Y como siempre ocurre en estos casos, el eco fue más fuerte que la fuente.

El periodismo que no quiso preguntar

Cuando un rumor empieza a tomar forma de noticia, hay dos caminos posibles: investigarlo o amplificarlo. Una parte del periodismo español, esa que hace tiempo que confundió la información con el entretenimiento y la ética con la rentabilidad, eligió el segundo.

Nadie se detuvo a hacer preguntas. Nadie esperó a los hechos. Nadie se preguntó qué pasaría si la acusación resultaba falsa. Solo importaba alimentar la maquinaria, sumar visitas, capitalizar la indignación. Porque en esta era de la inmediatez, no es necesario que algo sea cierto para ser noticia. Basta con que funcione.

La RFEF investigó y exoneró a Munuera Montero pero para entonces, el daño ya estaba hecho. El árbitro, un profesional sin más culpa que hacer su trabajo, había sido sometido a un linchamiento que ningún veredicto podrá reparar. Su imagen quedó expuesta, su nombre arrastrado por el fango de la manipulación, su familia forzada a convivir con el ruido de la calumnia.

Desde su púlpito nocturno, el director de un conocido programa de radio se apresuró a cuestionar la ética de Munuera Montero, hablándonos de la pureza del arbitraje con el tono de quien reparte carnés de honradez. Curioso. Porque es el mismo que, desde su productora, maneja los hilos de Real Madrid TV, un canal que lleva meses escupiendo vídeos editados con saña y parcialidad para atacar a cualquier árbitro que ose pitar al equipo de Florentino Pérez. Un presidente al que todos temen y del que pocos se atreven a hablar. La ironía es tan evidente que duele.

El precio de la impunidad

El periodismo tiene un problema cuando una mentira tiene más recorrido que una rectificación. Y lo tiene cuando quienes difunden bulos siguen en sus tribunas como si nada hubiera pasado. Munuera Montero no es el primero que sufre este atropello, y lo peor es que tampoco será el último.

Porque la rueda sigue girando. El espectáculo necesita villanos. Y si no los hay, se inventan. Munuera no fue víctima de un error, sino de un sistema que premia la desinformación y convierte el escándalo en moneda de cambio. Hoy le tocó a él. Mañana será otro. Porque cuando no hay consecuencias para los que mienten, la verdad deja de importar.

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