Milagro sobre el hielo

Hablar de hockey sobre hielo en la segunda mitad del siglo XX, es hacerlo, por fuerza, de la URSS. Dominadora absoluta de este deporte, conquistó entre 1963 y 1990 veinte de los 25 campeonatos del Mundo que se disputaron y desde los Juegos Olímpicos de 1956 a los de 1988 ganó siete medallas de oro. Se conformó con la de bronce en 1960… y lloró la de plata en 1980, la peor derrota sufrida en su historia. El legendario ‘Milagro sobre el hielo‘.

En plena ‘Guerra fría’, semanas antes de que Jimmy Carter forzase al Comité Olímpico de Estados Unidos a boicotear los Juegos de Moscú, en febrero de 1980, se disputaron los Juegos Olímpicos de invierno en Lake Placid, una pequeña y desconocida villa situada 300 kilómetros al norte de Nueva York. Cuatro días antes del comienzo del torneo, en el Madison Square Garden de Nueva York, Estados Unidos y la Unión Soviética se vieron las caras por última vez en un partido amistoso de preparación que no dejó lugar a la duda. La intocable URSS arrasó por 10-3 y los jugadores norteamericanos se presentaron en los Juegos convencidos de la imposibilidad de discutirles el oro olímpico. No había nada que hacer. O sí?

La fiesta en Lake Placid comenzó el trece de febrero y abrió el fuego la competición de hockey hielo, con un inesperado empate de la anfitriona USA frente a Suecia (2-2) y un paseo de la URSS, campeona en vigor, que avasalló a Japón por 16-0. Todo hacía presuponer que el título caería por quinta vez consecutiva en manos soviéticas. Pero todo estaba por escribirse. Junto a Suecia y Finlandia, el equipo universitario estadounidense y el gigante soviético pasaron a la ronda final y el 22 de febrero, ante casi 9.000 aficionados que abarrotaron las gradas del Olympic Center, se vieron las caras en el partido decisivo. A una jornada del final, quien venciese tenía el oro en sus manos. «Si el hielo se derrite habrá una oportunidad» escribió en la víspera el columnista Dave Anderson en el New York Times. Mientras Viktor Tikhonov había rotado al máximo a su equipo para llegar descansado al duelo, el entrenador local, Herb Brooks, convirtió el vestuario yankee en una suerte de ejercito, jugando cada partido como si fuera una final. Y el día de la verdad el ansia local echó por tierra toda la lógica apuntada en los días, meses y años anteriores.

PORTADA OKLos Aleksadr Golikov, Boris Mikhailov, Sergei Makarov o Valeri Kharmalov formaban parte de una URSS incuestionable. El CSKA de Moscú, vivero principal de la selección, estaba considerado el mejor equipo del momento y había sido capaz de plantar cara, y hasta derrotar, a los mejores equipos profesionales de la NHL en las conocidas como ‘Summit Series’, giras de los equipos soviéticos por Canada y Estados Unidos en lo que se denominó ‘Diplomacia deportiva‘ en años de frialdad absoluta entre los dos bloques.

Comenzó el partido y a los nueve minutos Vladimir Krutov avanzó a los soviéticos. Poco después Buzz Schneider igualó para los estadounidenses pero inmediatamente Sergei Makarov puso el 1-2. En plena relajación, Mark Johnson marcó para acabar el primer periodo con un curioso 2-2 que encendía la ilusión local. Aleksandr Maltsev devolvió después la lógica con el 2-3 y se entró en el último periodo sin que nadie imaginase lo qué estaba a punto de suceder. Pasó que Johnson empató… Y que apenas minuto y medio después Mark Pavelich lanzó un pase a la carrera de Mike Eruzione, quien controló el disco «con el corazón» y consumó el milagroso gol que a diez minutos del final ponía por vez primera a los estadounidenses por delante en el marcador.

«Nos entró el pánico» reconocería tiempo después Sergei Starikov. El gigante estaba arrodillado y se lanzó a un frenético y descabezado ataque en busca del empate. Maltsev y Petrov se estrellaron contra el poste de Jim Craig, quien a 33 segundos del final hizo la parada de su vida a un disparo salvaje del propio Petrov. De pronto, la multitud comenzó a contar los segundos del reloj. «Estamos en la cuenta atrás. Once segundos, diez, la cuenta atrás va a terminar ya! Morrow, pasa para Silk. ¡Quedan cinco segundos! ¿Creen en los milagros?… ¡Sí! ¡Increíble! ¡No hay palabras para describirlo, perdónenme!» bramó en la transmisión de la ABC el periodista Al Michels. Y el partido acabó. Brooks apenas se cruzó con el hundido seleccionador rival en su carrera hacia el vestuario donde rompió a llorar mientras los jugadores norteamericanos celebraban enloquecidos la victoria imposible ante la explosión del público que llenaba el graderío. Sentado en una esquina, Valeri Kharmalov lloraba desconsolado la derrota, consciente de su significado, más allá del deporte en si mismo…

Se había consumado el milagro. El triunfo conmocionó a un país que dos días después celebró por todo lo alto la victoria final sobre Finlandia (4-2) que confirmaba el oro y hacía inútil el 9-2 de la URSS sobre Suecia. Dos semanas después la revista Sports Illustrated dedicó a la hazaña una de sus portadas históricas: una imagen de la celebración de los jugadores VETERANS OKestadounidenses sin necesidad de palabra alguna. La leyenda de aquel partido, de aquella historia, se reflejó en 1981 con la película ‘Miracle on Ice‘ y con otra posterior, en 2004, llamada ‘Miracle‘ protagonizada por Kurt Russell. Antes, el 24 de febrero de 1980, en Lake Placid, los soviéticos recogieron las medallas de plata sin atreverse ni a mirar las inscripciones. De hecho, mientras aquel partido fue en Estados Unidos la noticia más destacada de los Juegos, en la URSS no se hizo mención alguna hasta días después de la conclusión de los mismos. Y sin otorgarle ninguna importancia.

La Unión Soviética cerró su participación en los Juegos Olímpícos de invierno en lo alto con 10 medallas de oro y 22 en total, por encima de la RDA (9 y 23) y muy destacada sobre Estados Unidos, que tercera sumó un total de doce medallas, seis de ellas de oro. Pero la de hockey sobre hielo permaneció, permanece, en la leyenda del deporte. De aquellas victorias utópicas que por imposibles acaban en la historia con letras mayúsculas. El éxito quedó grabado con letras de oro en la historia del deporte estadounidense pero, ley de vida, fue quedando aparcado por las nuevas gestas… Hasta que el ocho de febrero de 2002 los integrantes de aquella selección fueron los encargados de encender el pebetero en los Juegos de Salt Lake City. Aquella fue la primera vez que todo aquel equipo se reunía nuevamente después de dos décadas.

Del hielo a la leyenda, protagonistas de excepción

Trece de los veinte jugadores estadounidenses que ganaron aquella medalla de oro firmaron contratos muy lucrativos con equipos de la NHL. Entre quienes no lo hicieron destacó Mike ‘Rizzo’ Eruzione, el autor del gol decisivo, el héroe final, quien decidió retirarse con apenas 25 años asegurando que nada podía ya igualar aquella gesta. «Esto es lo máximo, no hay más» afirmó el ala izquierda que había nacido en el seno de una familia de procedencia italiana en una pequeña localidad de Massachussets el 25 de octubre de 1954 y que descartó una oferta de los New York Rangers. Eruzione, que fue consultor técnico en la película ‘Miracle on Ice’ en 1981, trabajó posteriormente en la ABC y CBS comentando los siguientes cinco Juegos Olímpicos. Fue entrenador asistente en la Universidad de Boston y en la actualidad es Director de Educación especial del mismo centro. En marzo de 2008, a través de una encuesta de la ESPN, su gol contra la URSS fue considerado como el más importante de todos los tiempos en el mundo del deporte. Capitán de aquella selección, tiempo después subastó la camiseta y el stick con el que marcó el gol de la victoria recaudando más de un millón de dólares.

Considerado como uno de los mejores jugadores de la historia, Valeri Kharmalov nació en Moscú el catorce de enero de 1948. De ascendencia española puesto que su madre Begoña fue una integrante de los ‘Niños de Rusia’ evacuada durante la Guerra Civil, Kharmalov fue admitido a los catorce años en la Escuela de Deportes para Niños y Jóvenes del CSKA, llegando en 1967 al primer equipo, en el que jugaría toda su carrera deportiva. En 1968 debutó con la selección y hasta 1981 jugó 292 partidos, conquistando ocho títulos mundiales y dos medallas de oro olímpícas. En los Juegos de Sapporo, en 1972, fue considerado el mejor jugador del torneo y en el partido final de Innsbruck’76 marcó el definitvo 4-3 ante Checoslovaquia, la gran rival de la URSS en aquellos tiempos y que ganó los cuatro únicos Mundiales que entre 1963 y 1985 no lograron los soviéticos. Protagonista destacado de aquella inconmensurable selección soviética y de la derrota en Lake Placid, Kharmalov murió el 27 de agosto de 1981 en un accidente de tráfico, junto a su esposa Irina, en la autopista que une Moscú con San Petersburgo. En 1998 fue incluido a título postumo en el Salón de la Fama de la IIHF y su ascendencia en el mundo del hockey sobre hielo lo explica el que desde 2003 la publicación Sovietsky Sport otorga un premio con su nombre al mejor jugador ruso de la temporada en la NHL.

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