Las casualidades en el mundo del fútbol (y del deporte profesional en estos niveles) son como los dioses de las distintas religiones: nadie puede negar que no estén ahí, pero lo más probable es que no existan. El fútbol es una pasión y, precisamente por esa naturaleza irracional, lo solemos mirar desde el prisma de una inocencia infantil, pura. Desde el cinismo, uno no se puede sumergir completamente en el circo.
Sin embargo, una cosa es ser inocente y la otra es ser gilipollas, aunque las fronteras de ambas sean difusas y se confundan en ciertas ocasiones. Como no creo ni en Dios ni en las casualidades en un mundo que mueve tanto, no me trago que Messi fuese cambiado el martes sin hablarlo con él antes. Luis Enrique lo quiso cambiar el sábado, tendría sus motivos, y Messi quería seguir jugando. Se la envainó, hablaría con él el mismo día o los siguientes y quedaría con él para sustituirlo contra el Ajax si el partido iba de cara.
Lo normal, vaya. Eso no es ‘bracear en chicle‘ (y luego el pedante es Luis Enrique) ni chorradas varias que se les puedan ocurrir a las mentes más imaginativas en la semana del Madrid-Barça. Messi se ha ganado jugar lo que quiera y el Barça, para bien o para mal, depende de él si quiere llegar a mayo con algún título por disputar. Con las cosas de comer no se juega.
Y eso pasa con Messi y con Ronaldo, el futbolista que haría sentir orgulloso a Benjamin Button. Cristiano juega lo que quiere (todo), en su lucha tan constante como admirable por dejar en el libro de los récords lo que no puede hacer en el imaginario colectivo. Hay que hacer un ejercicio de memoria muy intenso para acordarse de la última vez que Ronaldo fue substituido si no fue por molestias. Ni en Múnich, con el partido resuelto en la media parte y la final por delante, fue cambiado. Y no pasa nada, porque, como el argentino, se ha ganado el derecho a jugar cuanto quiera mientras siga siendo igual de decisivo.
Es por eso que absurdos como el de ayer sólo pueden ser calificados como postureo puro y duro. Perdón por el neologismo y mi falta de vocabulario. No puedo creer ni por un momento que la salida del campo de Ronaldo ante el Liverpool no fuera ni consensuada ni siquiera planteada en la previa o durante el descanso. No me convence Ronaldo cuando dice que no tiene nada que pactar con el entrenador. Y todo ello con la polémica del cambio de Messi como telón de fondo. Casualidad. Ya.
Ahora resultará que Carlo Ancelotti es el sargento de hierro. El mismo técnico que tolera que hagan y deshagan sus equipos a pocos días del inicio de la competición. El mismo que perdió seis puntos en Liga mientras trataba de encajar a los nuevos caprichos del verano, el mismo que reclamaba a Di María que se quedase mientras alineaba a James, al que seguían desde hace años, pero se esperaron hasta que costara 80 millones. Debemos creer que Ancelotti no necesitaba a Xabi Alonso, que Di María se fue por mercenario (los demás juegan gratis) y que James fue petición propia. Porque nada mejor para un equipo campeón de Europa que vender a dos de sus pilares y comenzar de cero. El sueño de cualquier entrenador.
Sigamos creyendo en los Reyes Magos.