Lluvia, frío, medidas de seguridad y personal sin empatía. Todo eso se dio cita anoche en el Camp Nou con motivo del partido de vuelta de los octavos de final de la Champions League entre el Barça y el Arsenal.
“Lleguen con tiempo para evitar problemas”, se advirtió desde el club y desde bomberos y policía a lo largo del día. ¿Qué se entiende por llegar con tiempo en un partido entre semana que comienza a las 20:45? ¿Una hora? ¿Dos? Es comprensible que se tomen todas las medidas de seguridad que sean necesarias en un partido de este tipo, tanto como incomprensible resulta que desaparezcan en el próximo, como ya ocurrió tras los atentados de París.
Armado de paciencia, el público acudió a la cita desafiando al mal tiempo y comprobando que la empatía del personal de seguridad encargado de controlar los accesos es más corta que las mangas de un chaleco. No hablo de los empleados del club que comprueban que el público tenga su abono o su entrada, sino de gran parte de los gorilas con ínfulas de portero de discoteca que deciden –dale una gorra a alguien y se volverá gilipollas– quién pasa y quién no.
Personalmente, no tuve problemas para acceder al estadio, más allá de la lentitud exasperante con la que se hacían los controles de seguridad. Socios y aficionados agolpados en la verja de entrada al recinto bajo un mar de paraguas mientras el de uniforme y braga, de plantón en la puerta, decidía como un dictador norcoreano cualquiera si se podía entrar el bolso de tal señora o si la bolsa con los bocadillos de aquel señor era un arma peligrosa.
Nada que hacer. Ayer, el precio para un aficionado normal fue mayor que el valor nominal de la entrada o el coste del abono. El 3-1 ante el Arsenal supuso también sortear el caos de tráfico a causa de la lluvia o, en su caso, sufrir el abarrotado transporte público hasta el Camp Nou. Pero sobre todo tuvo un precio inesperado: el de la actitud de algunos miembros de una empresa de seguridad que no hizo más que incordiar a quienes, de momento, siguen siendo propietarios del club. Daban ganas de arrearles con el paraguas, tremenda arma de destrucción masiva que, misericordiosos ellos, sí dejaban introducir al campo.
Los aficionados culés vieron ayer a su equipo clasificarse para los cuartos de final, pero se dejaron por el camino un surtido de mochilas y bolsas que, tirados en el suelo al final del partido, darían para montar un bazar. Pero sobre todo vieron como les arrebataban de una forma indigna y caprichosa pertenencias de lo más inofensivo bajo un chantaje tan simple como efectivo: «o tira eso o no entra al estadio«.
Suerte que siempre tendrán la opción a conseguir la mochila del Barça con algún diario deportivo, seguramente patrocinada por la empresa de seguratas que, más que proteger, incordió a quienes acudieron al Camp Nou. Enhorabuena a los premiados.