La prensa, el público y el circo de Getafe

Los jugadores del Barça decidieron celebrar Halloween tras su victoria en Getafe, entraron disfrazados en la sala de prensa mientras un rival atendía a los medios de comunicación, salieron por donde habían entrado y se volvieron a Barcelona. Soy de los que opinan que los futbolistas se equivocaron, pero no por disfrazarse, sino por interrumpir –por las razones que fueran– a Víctor Rodríguez. Erraron y un día más tarde emitieron una nota de disculpa que, según hemos sabido hoy, ha venido acompañada con una llamada de Andrés Iniesta a Pedro León en términos similares.

Y ahí, cuando ya habría que dar por finalizada la historia, resulta que la cosa no ha hecho más que embrollarse. Varios medios de Madrid han aprovechado, faltaría más, para llenar páginas y minutos echando leña al fuego, hablando de sanciones, de agravios o calificando de niñatos impresentables a los jugadores del Barça. No debería extrañarnos; no es la primera vez –ni tampoco será la última– que sus potentes altavoces entren a degüello en cuanto ven una grieta por la que meter la cuña que resquebraje el muro.

Sin embargo, la reacción más sorprendente a todo este asunto se ha dado entre los aficionados barcelonistas. Muchos no tienen problemas en reconocer el error –infantil, si se quiere, pero error–, más por el lugar y el momento que por el hecho en sí. Otros tantos, por contra, prefieren enmarcar la polémica en el contexto de la política de (in)comunicación que afecta al club desde y que se ha ido bunkerizando día a día desde el momento que Pep Guardiola comenzó a aislar a sus futbolistas.

Curiosamente, hemos llegado a un punto paradójico en el que muchos consumidores compulsivos de información deportiva en radio, prensa y televisión reniegan de ella sin renunciar a su dosis. Sostienen que no importa que los futbolistas no hablen porque aburren, pero no pueden dejar de vigilar lo que publican los medios con la misma mirada absorta de quien mira un accidente.

En la prensa se han hecho muchas cosas mal, comenzando por maltratar desde hace años y en no pocas ocasiones a un público que seguramente apreciaría recibir algo más que basura. Hoy vende el gossip, el balón rosa, las tetas de la mujer de fulanito, los rumores sobre la sexualidad de menganito y cuantos atributos puedan atraer clics a la edición digital. Se busca robar la imagen, leer los labios, elevar a noticia cualquier gesto anecdótico y todo aquello que permita rellenar media hora de radio o televisión entre partido y partido. Todo eso es cierto, pero… ¿de verdad creen que eso es el periodismo?

Vive el barcelonismo en un mundo de bandos y trincheras que siempre he considerado positivo porque mantiene vivo al club. Superado (o no) el trauma por la marcha de Guardiola y a la espera de que aparezca otro tema por el que discutir, el culé necesita estímulos, pero se equivocará si piensa que la vía que hasta ahora tenía para informarse es el enemigo y da por bueno el secuestro de la información que el club perpetró hace unos años y que ahonda con cada medida que toma.

Es más que probable que mucho de lo que está ocurriendo ahora entre la prensa y el público nos lo hayamos ganado a pulso, pero es más cierto aún que no son uno ni dos, sino bastantes más, los periodistas que mantienen su idea romántica del gremio, la de buscar la esencia de la información (o la opinión, que también forma parte del periodismo) y transmitirla a quien pueda interesar.

Si Playboy ha decidido eliminar los desnudos de sus páginas, quizás llegue un día en que el negocio la prensa se olvide de mantas, cuberterías y pijamas y trabaje para recuperar una relación con el público que jamás será igual. Probablemente no ocurra, pero mientras tanto no estará de más valorar el trabajo de quienes cuando escriben piensan en el lector y no en el clic.

Al fin y al cabo, alguien tiene que hacerlo y el resto del mundo “tiene la suerte de no ser periodista”. Disfrútenla. Aunque no piensen como ellos.

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