Con el club metido en los juzgados, un entrenador analizado con lupa permanentemente, unos jugadores entrenando y jugando a la carta, un presidente dimitido, una directiva proyectando un nuevo estadio, un secretario técnico… un secretario técnico… un secretario técnico… que contesta las preguntas del Plus. De esta guisa se presentó el Barça en Madrid para jugarse media liga.
Algo ha cambiado en el Barça. En la mentalidad del club y sobre todo en la del aficionado. Y algo ha cambiado en el Real Madrid. En la mentalidad del club y sobre todo en la mentalidad del aficionado. El Madrid siempre ha sido un club que cuando ha olido la sangre no ha tenido piedad. El Barça ha sido víctima de ello. No hace tanto del 4-1 con que el club blanco celebró la consecución del título liguero de la temporada 2007-2008, tras un sonrojante pasillo que le tuvieron que dedicar los jugadores del Barça. Los que no se borraron de dicho espectáculo, claro.
Se había conseguido la segunda Champions League dos años antes, pero el club seguía teniendo fantasmas. El Madrid seguía imponiendo respeto –gracias a un palmarés forjado en blanco y negro y rematado en color– y con muy pocos argumentos futbolísticos, con más testosterona que otra cosa, le borró la sonrisa al Barça de Ronaldinho con dos títulos de liga consecutivos. Con solo sentir el aliento del club de Concha Espina los azulgranas, con un equipo plagado de estrellas, se dejaba remontar y vencer y volver a vencer.
Desde entonces el Barça ha madurado mucho. Ronaldinho tuvo mucho que ver en ello. También Joan Laporta. El club plantaba cara a quien osaba mancillar su imagen. A nadie le temblaba el pulso a la hora de tomar decisiones, fuesen o no populares, como la de dejar el equipo en manos del técnico del filial, Pep Guardiola. De repente, el Barça dejó de tener miedo. Catorce títulos en cuatro temporadas tuvieron la culpa. El club se hizo mayor de golpe, el equipo se convirtió en un martillo pilón y arrollaba a quien se pusiera delante.
Mientras tanto, en Madrid, un desesperado Florentino Pérez seguía rellenando su particular álbum de cromos. Para el de entrenador lo tuvo muy fácil. Guardiola se encontró con una piedra en su zapato en unas semifinales de la Champions League y Pérez se la llevó a la capital no sin antes ser bautizada como persona non grata por los aspersores del Camp Nou.
Mourinho consiguió arrancarle tres títulos al que posiblemente haya sido el mejor Barça de la historia. Tres títulos domésticos: Liga, Copa del Rey y Supercopa de España, en tres temporadas. No está nada mal para el special one (guiño, guiño).
Pero a pesar de seguir ganando, Guardiola decidió irse. El Barça se quedaba huérfano del que había asumido el papel de entrenador y portavoz del club. El que acabó, una vez ya no estaba Laporta, recibiendo todos los golpes de los enemigos del Barça en primera persona. Huérfano de su gurú.
Superar eso para un Barça inmaduro sería una empresa prácticamente imposible. Pero el club contaba con el antídoto. El elixir capaz de convertir las pelotas en balones de oro. Un brebaje en frasco pequeño que sin el Barça se caería en el autobús, pero con el Barça se ha convertido en el peor fantasma del Real Madrid. La auténtica pesadilla del club y del aficionado madridista. Un jugador capaz de conseguir que Pepe salga en todas las fotografías de sus goles.
Messi es un jugador que ha madurado a la misma velocidad que el club. La fotografía de su llegada al aeropuerto de Madrid para disputar su enésimo clásico resume el estado de madurez que vive el barcelonismo. El equipo no se parecía en nada al que visitaba en 2008 el matadero. Se jugaba media liga pero los nervios no los tenían ellos. Básicamente porque el killer estaba de su parte. El Madrid recibía al Barça para ajusticiarlo, para devolverle todo a lo que ha estado sometido durante estos años. Cualquier Barça de cualquier época hubiese mordido el césped. Pero este Barça ya está hecho de otra pasta. Allí dónde tantas veces se han acabado los sueños renació el de volver a ganar esta liga.
Ahora el Barça depende de si mismo. Ha trasladado las dudas y miedos al eterno rival y, por primera vez, el Barça está en disposición de ganar tres títulos sin ser el mejor. Sin jugar el mejor fútbol. Es lo que de verdad necesita este club. Ganar sin ser el mejor. Sin dominar de principio a fin. Tan sólo por el simple hecho de que no tiene miedo a competir y, sobre todo, no tiene miedo a perder. Ahora, las urgencias las tienen otros.