Barça: la adolescencia en la tercera edad

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Tres de tres, nueve de nueve, seis goles a favor por ninguno en contra, líder en solitario. Los números siguen del lado del Barcelona, tal como ocurrió el año pasado y el anterior. Sin embargo, las vibraciones que transmite este equipo y las que emanaban de los anteriores (especialmente del de la temporada que acabó este mayo) son bien distintas. Mientras que en los últimos el Barça parecía masticar y estirar la goma elástica de un ciclo sin parangón, sumiéndose en un sinsabor, transformándose en un sucedáneo de lo que fue, en esta nueva era el Barça peca más de juventud que de clasismo.

Después de un largo verano de operaciones, el cirujano Luis Enrique ha conseguido lo que únicamente se le creía posible al Benjamin Button de Fitzgerald. Los granos del reloj van en dirección contraria a la gravedad y la horizontalidad mal entendida ha dejado de ser dogma. Los jugadores corren, corren, corren y, después de un mínimo respiro, vuelven a correr. Y fallan. Fallan mucho, con Munir como paradigma. El joven canterano, excelente una vez más, es un compendio de todas las virtudes y los defectos que aúna el embrión que se está gestando. No desfallece, se mueve, lo intenta una y otra vez y, cuando parece que por fin va a conseguir el gol, un nuevo obstáculo se interpone. Un equipo que busca más de lo necesario la solución fácil en la verticalidad (¡cómo habrían disfrutado Cesc y Alexis!) que en la paciencia del juego de posición. El Barça vuelve a disfrutar del fútbol y es ahí donde el nuevo técnico tiene su bastión.

Evidentemente, al equipo, como a todo adolescente, le hacen falta varios hervores. En tiempos de las fiestas de Tarragona, Luis Enrique sigue sin dar con la tecla. Lo que separa a este equipo de nueve impolutos puntos de otro de cuatro o cinco es el que lleva el diez a la espalda. Messi, aunque vuelve a sonreír, aunque vuelve a morder como el último un balón perdido en el primer minuto, no falla. Recuperado para una causa de la que él nunca quiso ser apartado, en él se halla, por enésima temporada consecutiva, la mejor baza que tiene el equipo culé para vestirse de largo. Y el reto es gigantesco: catalizar la adolescencia de un equipo que, hasta hace pocos meses, tenía todos los achaques de la vejez.

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