Se nos fue Johan Cruyff. El mito, el genio, el tipo que siempre fue lo suficientemente independiente para decir lo que pensaba. El fútbol pierde una leyenda viva, uno de esos cuatro grandes que comparten olimpo en el que existe ya un lugar reservado para un tal Leo Messi.
El Barça está de luto por una figura singular, por el tipo que inventó el rondo porque odiaba correr, por el hombre que transformó el victimismo en ambición y convirtió a una afición plañidera en ganadora, sentando las bases sobre las que se ha edificado la maravilla que disfrutamos desde hace quizás más tiempo del que muchos merecen.
Johan Cruyff mutó al Barça en la misma medida en que revolucionó un fútbol que construyó a su imagen y semejanza. Un fútbol libre, alegre, espectacular y diferente, fuente de la que han bebido muchos de sus herederos. Un fútbol holandés en el mejor y más amplio sentido de la palabra al que añadió algo más: su espíritu vencedor.
Entrevisté una vez a Cruyff hace 25 años, cuando yo no era más que un imberbe becario de la agencia Europa Press. Con motivo de unos premios de Don Balón, me acerqué a él con el desparpajo de un jovenzuelo y, a medida que le preguntaba cosas que hoy me harían sentir vergüenza, pronto percibí su carisma. Con el tiempo me he dado cuenta de que aquella fue la única vez en mi carrera que me he sentido intimidado por la grandeza del personaje. Cruyff recibía aquella noche en el Hotel Ritz el premio al mejor entrenador, elegido en votación por sus colegas. A alguien como yo, que aún conserva las entradas de aquel Barça-Granada de su debut, recibir como respuesta un «mejor que te den un premio a que no te lo den» le supo a gloria, algo que en boca de cualquier otro sería interpretado como un «no molestes, chico». Y es posible que lo fuera, quién sabe.
Johan Cruyff molestaba a muchos por, entre otras cosas, no tener pelos en la lengua. Dicen quienes le conocieron que siempre fue así, en 1973 y en 2016, lo que no hace más que acrecentar su leyenda. Dijo siempre lo que pensó seguramente más veces de las que pensó lo que dijo. Siempre se mantuvo fiel a su filosofía de estar a gusto en los sitios, que lo mismo sirvió para dejar irse a Luis Milla al Real Madrid que para devolver la insignia de Presidente de Honor del Barça que le concedió la junta de Joan Laporta y le arrebató, en un acto de dudoso gusto, la de Sandro Rosell, incapaz -como la actual- de retirar el nombre de un delincuente del Museo del club.
La voz que despertó al barcelonismo se apagó hoy. El eco de sus enseñanzas, de su prosa atropellada y llena de sentido común, perdurará para siempre, incluso para aquellos que desde la más absurda de las ignorancias se empeñan en desdibujar su legado.
Hasta siempre, Johan. Gracias, genio.