El 17 de enero de este mismo año, Víctor Valdés anunciaba que no renovaría su contrato con el Barcelona. En realidad, fueron sus representantes quienes comunicaron al club la decisión del guardameta. Víctor, de 31 años, explicó meses más tarde en rueda de prensa las razones que lo habían llevado a abandonar el club de su vida tras veinte años en él y once en el primer equipo. Sin entrar en los detalles que lo abonaron a optar por marchar en 2014, ya conocidos por todos, ha sido, en general, una resolución respetada por la afición que lo ha visto, año tras año, atajar balones imposibles en los partidos más importantes de la historia reciente azulgrana. El de l’Hospitalet se ha guardado un hueco en la memoria de todos y cada uno de los culés como el mejor portero de este centenario club. Desplazarlo de allí va a costar tantos años como porteros va a devorar la portería del Camp Nou, de mandíbula tan incansable como el mismísimo tiempo.
En estos últimos días, se ha filtrado a la prensa la intención de Sandro Rosell de sentarse a hablar con Valdés, de intentar hacerlo recapacitar. Dejando a un lado la muy cuestionable capacidad de persuasión de alguien que con sus palabras tiene más influencia en la inflación que los hidrocarburos, es de esperar que al portero no le haga ninguna gracia. Y menos que este repentino ataque de diplomacia haya venido después de que el guardameta esté en uno de los mejores momentos de forma que se le recuerda. Él se ha mantenido firme y ha reiterado, por activa y por pasiva, su voluntad de acabar este año su relación contractual con el club y de hacerlo de la mejor manera posible. Este mensaje, que cualquiera podría entender como un «dejadme en paz, por favor», parece que ha sido pasado por alto por las altas esferas del club. No sería, en cualquier caso, algo nuevo que la zona noble culé hiciera oídos sordos a una misiva tan simple como esa.
Es curioso este acercamiento, sobre todo teniendo en cuenta que hace apenas unas semanas, a finales de agosto, y con ocasión de la presentación de la nueva (aunque no haga falta ser Sherlock Holmes para descubrir que quizá un ente tan inofensivo como una fundación era una fiel representación del caballo de Troya) relación comercial con Qatar Airways, Valdés evitó saludar a Rosell. Fue el único que no lo hizo. Puede ser que Sandro sea una víctima recurrente de las casualidades, pero, dado el historial de ambos, es más plausible pensar que el propietario de la portería azulgrana no quiera saber nada del presidente. Y, observando cómo actúa este último, es igual de probable que el sentimiento sea mutuo. Sin embargo, la oportunidad de decir «hice todo lo que pude por retenerlo» es tan golosa como presumir de amistades que nunca fueron.
A expensas del último intento, que volverá a ser fallido, la dirección técnica tiene pocos meses por delante para encontrar a alguien que pueda suplir, o como mínimo tratar de hacerlo, al inolvidable VV. Eso si antes el presidente, tan amante de las sugerencias, no tiene alguna ocurrencia magnífica. Esforzarse en sacar la pelota cuando todos saben que ha traspasado la línea no solucionará las cosas. Este gol ya ha entrado, el marcador está en contra y el tiempo apremia. Recurrir a la posesión, en este caso, no solucionará nada.