Piqué: la hora del profesional

Gerard Piqué ha confesado hoy que no cree que sea “el mejor central del mundo”. Como suele decirse, el primer paso para superar un problema es reconocer su existencia, y Piqué ha tardado –más de la cuenta, seguramente– pero es lo que ha hecho esta mañana en Inglaterra.

El 3 blaugrana llegó a un precio módico para lo que se pagan hoy en día los centrales (al menos los que busca Zubizarreta) y ofreció un rendimiento magnífico durante tres temporadas en las que amargó a cuantos delanteros se le pusieron por delante, Cristiano Ronaldo incluido. Huido del club atraído por los cantos de sirena del Manchester United, su estancia bajo las órdenes de Alex Ferguson tuvo más grises que claros y jamás, seguramente a causa de su juventud, estuvo en condiciones de disputar el puesto a Rio Ferdinand y Nemanja Vidic. Aun así, tras una temporada cedido en el Zaragoza, Piqué tuvo tiempo de ganar una Champions League con los red devils antes de responder a la llamada de Pep Guardiola y hacer la maleta rumbo a casa.

Bajo las órdenes del de Santpedor, Gerard Piqué se convirtió, justamente, en eso que hoy ha confesado no ser: el mejor central del mundo. Fueron tres años brillantes que le confirmaron como puntal básico en el mejor Barça de la historia, tres años en los que el trabajo, la intensidad, la concentración y la discreción impuesta por Guardiola blindaron aquel vestuario.

La marcha del técnico supuso una liberación para muchos futbolistas de la plantilla. Se acabó el control obsesivo de los esfuerzos, la permanente corrección táctica y la continua supervisión de la nutrición de los deportistas. Pero lo peor, con diferencia, fue que después de la forzosa baja de Tito Vilanova se acabó también la exigencia en los entrenamientos.

Dice hoy Piqué que está convencido de que Luis Enrique va a ayudarle a recuperar el nivel perdido. Esa frase, de hecho, no es más que el duro reconocimiento de que sin una mano que tense el cinturón, muchos futbolistas son tan buenos en el césped como malos profesionales. ¿Por qué ahora? Porque se han dado cuenta que Luis Enrique no es Jordi Roura ni tampoco Gerardo Martino, dos buenos tipos sin el necesario temperamento (o mala leche, da igual) para hacer que un grupo de veinteañeros millonarios recuerden por qué son esto último: por jugar al fútbol, por cuidarse, por comprometerse con un proyecto, por saber en todo momento dónde están y por dejar de decidir a la carta cuándo se entrena y cuándo apetece o no jugar.

Piqué tiene 27 años, una edad magnífica y, lo que es mejor, mucho fútbol en sus pies. El Barça le espera, como le espera también la mayoría de los aficionados a quienes, sin rubor alguno, ha ido dando lecciones de barcelonismo los últimos dos años. Ya no basta con ser un profesional por horas; es la hora de ser profesional y a tiempo completo.

Generoso, el Camp Nou le dará la oportunidad de redimirse. Arrinconará las afrentas verbales, el deficiente rendimiento de las últimas temporadas y hasta hará la vista gorda a todo el circo mediático que le rodea. Que afloren o no de nuevo todas esas cosas no dependerá de Luis Enrique, sino del empeño que ponga Gerard Piqué en volver a ser el que fue y jamás debió dejar de ser.