Esos jóvenes tenistas saldrán a flote

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Eran tardes cerradas de invierno. Salía de casa y, por delante, veinte minutos de un camino que incluía cruzar, solo, un descampado aún más oscuro que el resto del itinerario. Y lo recorría, dos tardes cada semana, intentando no pensar en presencias extrañas que pudieran asustarme. Tenía solo once años.

Pero mis dudas desaparecían en cuanto veía de cerca la pista, en la que unos potentes focos ponían fin a mi oscuro camino. A partir de entonces, saques, drives, reveses, charlas, consejos, bromas, carreras… y un poco de peloteo con el que acabar unas clases que me hacían inmensamente feliz.

Como yo en aquellos años, hoy más de treinta mil chavales en España de entre once y catorce años asisten a clases de tenis. Cargan sus portarraquetas, recogen risueños las innumerables pelotas con las que entrenan, sonríen o se cabrean momentáneamente en función del lugar al que llegue la bola. Son felices entrenando. Y aprenden algo mucho más importante que pasar la bola por encima de la red: tener la cabeza amueblada para crecer como personas.

Lo dice Garbiñe Muguruza, 26ª del mundo y llamada a hacer grandes grandes cosas en el circuito, como cuando batió a la mismísima Serena Williams nada menos que sobre la arcilla de Roland Garros: “(el tenis) te hace madurar muy deprisa (…) para soportarlo psicológicamente. Hace que acabes como una roca”.

Como tantos otros deportes individuales, el tenis puede hacer de tu infancia y tu adolescencia dos etapas diferentes y difíciles. Peculiares. Pero provechosas. No haces lo mismo que los amigos de tu pandilla. Y es duro. Pero valdrá la pena.

Porque es duro no poder hacer como en el fútbol, en el que los fracasos quedan más repartidos. Es duro sentir el silencio de una pista y saber que el público está pendiente, exclusivamente, de tu próximo golpe. Es duro saber que, tras lograr una trabajada victoria, al día siguiente te encontrarás con un rival aún más difícil al otro lado de la red. Es duro, como tantas veces ha explicado Rafa Nadal, tener que aceptar que avanzar en un torneo se traduce en pasar solo cada vez más ratos (hotel, gimnasio…) porque tus rivales ya se han ido para casa. Ese hogar que tanto añoras.

Para muchos jóvenes tenistas, esos obstáculos son toda una ayuda en las otras pistas de la vida. Les hacen ganar en madurez, espíritu de sacrificio, capacidad de tomar decisiones. Se trata de darle cada vez más fuerte, a la bola y a la vida. Y, si no llega al destino que anhelábamos. O si nuestro rival nos la devuelve, habrá que levantarse y volver a intentarlo. Como si se tratase de los últimos minutos del Titanic, uno sabe que el agua acabará anegando cada rincón. Así que se trata de conseguir, como sea, un bote con el que lograr salir a flote.

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