En el deporte un alto porcentaje de la victoria se lo lleva el talento. Otro la suerte. En menor medida también el estado de ánimo y por último la fe.
De todo hemos visto en estos dos primeros partidos de la Serie de Campeonato disputada este fin de semana en el viejo Fenway Park de Boston entre los Tigers de Detroit y los Red Sox de Boston.
Talento principalmente. Los dos equipos disponen de unos jugadores maravillosos. La rotación de los Tigers es la más poderosa de las grandes ligas con sus tres principales abridores Justin Verlander, Anibal Sanchez y Max Scherzer superando los 200 ponchados en la temporada regular. Para hacer una comparativa Jon Lester, líder en esta estadística en los Red Sox acabó con 177 la temporada regular.
A nadie se le escapa que los Tigers son junto con los Yankees de Nueva York una de las mejores plantillas de la MLB, construida principalmente con dinero, mucho dinero.
En el primer partido, el talento de Anibal Sanchez le llevó a silenciar los bates de la ofensiva de Boston, ayudado por el cuerpo de relevistas. En 8 entradas ningún jugador de Boston conectó un imparable. Tan solo Daniel Nava rompió el no-hitter durante el cierre de Joaquin Benoit. Un sencillo de Jhonny Peralta empujó la única carrera del partido anotada por Miguel Cabrera. El propio Jon Lester, abridor de los Red Sox comentaba al final del partido que no podía imaginarse perder un partido en el que has concedido una única carrera. Pero es que sus compañeros le dejaron sólo y se pasaron toda la noche abanicando las pelotas enviadas por los lanzadores de los Tigers. Hasta 12 jugadores ponchó Sanchez y 5 más lo fueron por el cuerpo de relevistas.
El segundo partido siguió el mismo guión. Max Scherzer durante 6 entradas se dedicó a ponchar bateadores. Hasta 13, uno más que el abridor la noche anterior. Parecía una competición entre lanzadores de Detroit. Un doble de Dustin Pedroia con carrera anotada por Shane Victorino desde primera base rompió el cero del marcador instalado desde el día anterior. Para entonces el marcador era muy adverso para el equipo de Boston. Con anterioridad un sencillo de Alex Avila con carrera de Victor Martínez en la segunda entrada había adelantado, muy pronto, al equipo de Detroit. Más tarde vino la debacle de Clay Buchholz que demuestra que no ha llegado muy fino a post-temporada. La sexta entrada fue la del festival anotador de los Tigers. Miguel Cabrera primero con un solitario jonrón. Victor Martinez con un doble tras otro doble de Prince Fielder y un jonrón de Alex Avila dejaban el marcador en 5-0 y a la grada sumida en una terrible depresión.
No hay duda que el estado de ánimo del equipo de Detroit era muy superior al de Boston al encarar esta Serie de Campeonato. El equipo de Boston se clasificó en 4 partidos y el de Detroit en 5. Uno descansó cuatro días y otro tan sólo dos. La inercia del equipo de los Tigers era alcista. Venían enchufados. El equipo de Boston había descansado demasiado. Se enfrió. Necesitó 17 entradas combinadas en dos partidos para meterse en la eliminatoria.
Para ello se necesita suerte y sobretodo fe. Mucha fe. De eso saben mucho en Boston. El equipo acuñó la celebre cita «we believe» (nosotros creemos) a base de muchos años de decepciones. 86 años para ser exactos. 86 años que separan la última Serie Mundial de la era antigua y la primera de la era moderna. De 1918 a 2004. Aquellas Series Mundiales de 2004 se basaron en la fe, remontando una serie contra los Yankees de Nueva York después de ir perdiendo por tres partidos a cero.
La suerte en el segundo partido fue que los Tigers consideraran definitivo el 5-1 y retiraran a Max Scherzer del montículo. Le remplazó Jose Veras que eliminó a Stephen Drew pero concedió un doble para Will Middlebrooks. Drew Smyly substituyó a Veras que concedió base por bolas a Jacoby Ellsbury. Los astros se empezaban a alinear en el mágico Fenway Park. Los Tigers se mostraban dubitativos. Nueva visita al montículo y tercera substitución de lanzador en la misma entrada. Al Albuquerque salía para ponchar a Shane Victorino. Dos eliminados y dos corredores en base. Dustin Pedroia al bate. Tras él David Ortiz. La grada de Fenway rezaba por un sencillo. Tan sólo un sencillo. Tan sólo enbasar al tercer corredor. Y ocurrió. Pedroia conectó un imparable que llenó las bases. Ya nadie dudaba que el partido estaba en el siguiente turno al bate. Nadie. Ni siquiera Jim Leyland, manager del equipo de Detroit. Esta vez recurrió al cerrador Joaquin Benoit. Ortiz nunca le había conectado un jonrón. Pero anoche Ortiz no estaba solo. Le empujaban 47.500 personas descontando a los hinchas de los Tigers. No le hizo falta esperar más que un lanzamiento. Conectó un batazo profundo que superó por muy poco al exterior derecha Torii Hunter metiendo la bola en la zona de calentamiento de los lanzadores de su equipo. Todo el estadio estalló. Hasta el policía que vigila la seguridad de los jugadores. Porque uno es hincha antes que cualquier otra cosa. Una bola fuera del terreno de juego y un nuevo partido de una sola entrada. Pero para entonces la euforia ya no estaba en los jugadores de Detroit. Koji Uehara salió para cerrarles la puerta y Jonny Gomes con un doble y Jarrod Saltalamacchia con un sencillo desataron la locura de su fanaticada. Los Red Sox lo habían vuelto a hacer. Remontaban un partido y empataban una serie que se acercaba al desastre. Ahora la serie se traslada a Detroit y puede pasar cualquier cosa.