En cuestión de pocos días el mundo del tenis ha leído el ilusionante escalón que podría superar Carlos Alcaraz si, siendo menor de 18 años, es capaz de llegar a la fase final de un Grand Slam (podría lograrlo estos días si supera la fase previa del Open de Australia). Pero también ha contemplado la triste retirada de Carlos Boluda. Con 27 años. Cara y cruz.
La gran pregunta es dónde está el nivel. El límite que deberíamos permitirnos. De exigencia. De presión. De expectativas. Y suele pasar que solemos desbordar ese límite. Por eso llevamos meses o casi años hablando de que Alcaraz es el nuevo Rafa Nadal. Aficionados, familiares, periodistas, sponsors. Los mismos que hablamos en su momento de que Boluda iba a ser el sucesor del tenista mallorquín.
Siempre recurro al mismo ejemplo. Abraham Olano. Era prácticamente imposible que el bueno de Olano emulara al extraterrestre de Indurain. Y nada. Todos intentándolo. Esto mismo ha pasado en infinidad de ocasiones. En más deportes. Aunque hay que admitir que hay parte de esas asfixiantes expectativas que son más que lógicas y naturales. Se quiere llenar un vacío. Porque a nadie le gusta sentirse huérfano.
Pero cuando lees la amarga entrevista de Boluda en puntodebreak sientes pena. Porque se construyó un castillo de arena a su alrededor y el mayor perjudicado, cuando todo se desvaneció, fue él. Por eso tiene todo el derecho del mundo a rendir cuentas. A desahogarse. A decirle a más de uno que se equivocaron con esa estrategia de fuegos artificiales. Porque cuando se han apagado esos fuegos, Boluda ha dicho basta y ha decidido dejarlo. Llegó a ser el 254º del mundo. No vivió del tenis. Porque no logró ser lo que todos esperábamos. Otro Nadal.