El bombo de la Champions nunca decepciona, aunque esta vez, más que pelotitas calientes, lo que parecía repartir eran actos de fe sobre las bolas de Zlatan Ibrahimovic y el software de UEFA que manejaba Kaká.
Mientras en Barcelona nos flagelamos por saber si habrá que volver al Olímpic o llegará a tiempo el permiso para el Spotify Camp Nou, soportando memes como si en París jugaran en Versalles o en Frankfurt en la ópera, lo cierto es que al Barça le ha caído un sorteo sabroso, de esos que sirven para separar la paja de las tertulias de lo que de verdad importa: el fútbol. Porque sí, por fin vuelve la pelota de verdad, y se acaba (al menos por un rato) la insoportable feria del mercado y sus humo-fichajes que nunca llegan.
En casa tocará recibir al PSG, flmante campeón que, con Luis Enrique al frente, sigue trayendo a media redacción madrileña con los colmillos afilados; al Eintracht, que todavía presume de aquella noche infame en el Camp Nou; al Olympiacos, que aporta el toque mediterráneo de sudor y bengalas; y al Copenhague, que viene a recordarnos que en el norte también juegan once contra once. Un menú variado para que –esperemos– el Camp Nou, con sus gradas a medio hacer, recupere de nuevo su aura de escenario digno de Champions.
Fuera, lo de siempre: visitas con sabor a examen. Stamford Bridge como plato fuerte —esperemos que con Fermín confirmando que el Barça sigue fabricando futbolistas y no solo comunicados—, Brujas con su aire de postal navideña, Slavia de Praga como excursión de Erasmus y Newcastle con su cheque saudí disfrazado de tradición británica.
Ocho encuentros, cuatro viajes y un único objetivo: que los titulares vuelvan a hablar de goles, victorias y fútbol, y no de balances, inscripciones y fichajes que jamás llegaron. O que nunca se fueron.
Foto: UEFA