En solo cuatro partidos, tres de Liga y uno de Champions League, e incluso pese al tedioso encuentro europeo contra el Apoel, Luis Enrique parece haber conseguido frenar la caída en picado en la que había entrado el FC Barcelona desde la marcha de Guardiola.
El año pasado, Martino pareció haber remontado el desplome, pero solo fue un espejismo. Un espejismo de un encuentro, el primero de Liga en el Camp Nou y frente al Levante, al que los azulgrana golearon con un contundente 7-0 recuperando la presión y el juego combinativo y rápido de aquel equipo que maravilló con Guardiola, empezó a variar con Vilanova y se autogestionó con Roura. Si con la llegada de Luis Enrique se pretendía agitar al equipo y romper con la monotonía para que los jugadores se pusieran las pilas, parece que se está logrando.
Más allá de consideraciones tácticas, que con el asturiano nos dejan un 4-3-3 que se convierte en un 3-4-3 o incluso 3-5-2 cuando el equipo ataca –esto es: el mediocentro baja a recoger la pelota a zona de centrales para que los laterales se incrusten por fuera en zona de medios dando posibilidades a los dos interiores para formar jugada de ataque con Messi de trequartista–, con Luis Enrique ha vuelto la intensidad. Tanto en el campo como en los entrenamientos, los jugadores ya no se sienten cómodos en la rutina que puede hacerles perder su sito, y se ven obligados a dar el máximo en cada entrenamiento, en cada partido. No sólo en el primer examen del curso.
A la espera de ver hacia dónde va definitivamente el Barça del asturiano –démosle al menos media temporada–, el equipo se ha vuelto serio y hacendoso. Como ese alumno que no da dieces pero que siempre ofrece algo más que aprobados gracias a un trabajo continuo y esforzado.
Se dice que los equipos son reflejo de sus entrenadores. Sin duda así es con Luis Enrique, que fue un jugador serio, trabajador y esforzado incluso cuando las cosas no salían. También con Martino, un míster de perfil bajo y pocos sobresaltos. O con Guardiola, un preparador obsesivo, meticuloso y con ese punto de genialidad como para darle una vuelta de tuerca al fútbol moderno.