Cinco temporadas después, Frenkie de Jong ha decidido que ya era hora. Que lo de pasar por el Barça como quien echa un vistazo a un museo no era suficiente. Que por muy bien que le sentara el escudo en la camiseta y por muy fino que saliera peinado de los partidos, algo más había que aportar. Y mira tú por dónde, bastó la llegada de Hansi Flick para que el neerlandés se activara como si alguien le hubiera cambiado las pilas.
No es que ahora corra más, es que corre mejor. No es que toque más balón, es que toca con intención. Y, sobre todo, no es que defienda como un central encubierto… es que lo hace. Frenkie se ha convertido en ese jugador que los más nostálgicos creíamos ver cuando lo fichamos del Ajax, y que durante años ha sido más un acto de fe que una realidad palpable. ¿Qué ha pasado?
Tal vez no era tan complicado. Tal vez sólo necesitaba a un entrenador que entendiera que Frenkie no está para adornar el partido, sino para dirigirlo. Flick le ha dado galones y libertad, pero también le ha puesto a trabajar. El resultado es un jugador imperial que saca el balón con una limpieza de quirófano y que, cuando hay que meter la pierna, la mete como si se jugara su reputación en cada jugada. Algo que, en realidad, es lo que lleva haciendo desde que llegó. La diferencia es que ahora se nota.
Porque sí, hay que decirlo: durante mucho tiempo, Frenkie ha sido una mezcla entre promesa infinita y jugador de catálogo. Técnicamente impecable, pero inofensivo. Siempre correcto, nunca decisivo. Una especie de huésped de lujo en el vestuario culé. El tipo que no molestaba, no fallaba mucho, pero tampoco brillaba. Y claro, con el Barça en pleno incendio, su frialdad tampoco ayudaba a calmar las llamas.
Ahora es otra cosa. Frenkie está en todas. En defensa barre, en transición ordena, y en ataque da continuidad y criterio. No es un mediapunta, ni falta que hace. Pero con este nivel, cualquiera se atreve a discutir su titularidad. Es más, con este nivel, a ver quién se atreve a imaginar un Barça sin él.
Eso sí, no conviene olvidar lo que vino antes. La resurrección de Frenkie no borra los años en los que parecía que jugaba en modo avión. Pero sí da la razón a los que le exigían más, no por capricho, sino porque sabían que esto que estamos viendo ahora, este centrocampista total, estaba ahí. Tapado. Aletargado. Desconectado. Llámenlo como quieran.
Y es ahora, cuando su fútbol por fin tiene impacto real, cuando se entiende lo desesperante que fue verle tan gris durante tanto tiempo. Frenkie no está jugando bien. Está jugando como un demonio con botas. Ha pasado de ser un secundario de lujo a un protagonista indiscutible. Y si esto va en serio, si este nivel no es una flor de abril, habrá que darle las gracias a Hansi Flick. Y, por qué no, también a la paciencia de quienes no se rindieron del todo con él.
Frenkie ha vuelto. O, mejor dicho, ha llegado. Porque igual no es que estuviera mal… es que aún no había empezado. Que dure.
Foto: FC Barcelona