Despropósito Davis

El pasado fin de semana se disputó la primera ronda de la Copa Davis, ese torneo tan bonito de selecciones que todo el mundo quiere ganar pero que nadie cuida. En liza los países más potentes del universo de la raqueta: Estados Unidos, España, Serbia, Francia, Argentina… en fin, los mejores.

Los mejores sobre el papel, claro, porque si empezamos a repasar la lista, las ausencias son más notables que las presencias. España, sin ir más lejos, se presentó sin uno solo de sus 4 top-20 (Nadal, Ferrer, Robredo y Almagro). Serbia, por seguir el orden del ranking, tampoco presentó a Novak Djokovic, y Argentina se tuvo que resignar a la ausencia de su gran estrella, Juan Martín del Potro. Es decir, cuatro de los cinco primeros jugadores del mundo no jugaron el torneo más prestigioso de selecciones. Con este sistema de competición, y después de que los tres países cayeran eliminados, sólo veremos a los mejores en la eliminatoria por la permanencia, si es que la juegan.

Un torneo tan valioso como la Davis no puede estar expuesto a la disponibilidad o el compromiso selectivo de las estrellas, pero… ¿De quién es la culpa? Porque una cosa es reclamar la presencia de los mejores, y otra muy distinta es facilitar su presencia recurrente, dentro de un calendario infernal.

Aquí tiene mucho que decir la Federación Internacional, y desgraciadamente, no es una excepción la ITF dentro de las organizaciones deportivas supranacionales. Es decir, mucho lirili y poco lerele, como nos gusta decir por aquí. Mientras hablemos “de lo mío”, la competición me da igual. ¿Que tengo que parar el calendario ATP justo después del Grand Slam más alejado del grueso del circuito? Lo paro. ¿Que cada uno pone la superficie que le da la gana, sea o no homologada, poniendo en riesgo a veces hasta la integridad física de los jugadores? Pues que la pongan. Total, yo en el despacho no me voy a lesionar, pero… ¿Qué hay de lo mío? Eso sí es importante.

Con lo bonito que podría ser, sin ir más lejos y como modesta sugerencia, una Copa Davis jugada en 2 semanas, en una sede única e itinerante y con el calendario más despejado –ahora ocupa 4 semanas–, viendo a los mejores competir por sus países y estableciendo una fiesta sólo comparable a los Grand Slams, que no disfrutan en directo más que las mismas 4 ciudades cada año. ¿Se imaginan lo que se podría organizar en sitios como Roma, Buenos Aires, Barcelona, Berlín, Tokio o Florida, si pudieran organizar un evento de ese calibre?

Probablemente, incluso alguno tendría más «de lo suyo”.

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