Condenados al ruido eterno

El periodismo deportivo murió el día que las tertulias ocuparon el lugar de la información. Lo que hoy se vende como análisis en ‘El Chiringuito’, en ‘Onze’ o en multitud de programas de radio es exactamente lo mismo que enarbolan ‘El Programa de Ana Rosa’, ‘Espejo Público’ o ‘Y ahora Sonsoles’: ruido, gritos, teatro y morbo con distintos atrezos. En lugar de discutir sobre el último sumario judicial, aquí se dramatiza sobre el fuera de juego de turno, la mano pitada o no, el regreso a un estadio o el mal rollo entre novias de futbolistas. El guion es idéntico, solo cambia el decorado.

El problema es que este show se ha tragado el periodismo. Ya no se paga por investigar, por entrevistar más allá de los tópicos o por ser incisivo. Eso cuesta tiempo y dinero. Sale mucho más barato sentar a cuatro voceros que alternen histeria con sarcasmo y que conviertan cualquier nimiedad en polémica nacional. Y lo más grave es que no solo funciona, sino que no tiene consecuencias: da igual si la información era falsa, un bulo de manual o un error flagrante. Nadie rectifica, nadie se disculpa. El espectáculo sigue y la audiencia aplaude, en especial en las redes sociales, el espejo donde se miran los resultados de esos vergonzosos shows. Es un círculo perfecto: la tele genera el grito, las redes lo amplifican y el periodismo de verdad queda enterrado bajo toneladas de memes, billetes falsos y hashtags incendiarios.

Mientras tanto, los pocos periodistas que todavía creen que su trabajo consiste en contar hechos —no en fabricar indignaciones de usar y tirar— sobreviven como náufragos, pero no tienen platós ni trending topics. En el nuevo ecosistema mediático, donde la basura vende más que la verdad, su esfuerzo apenas encuentra hueco.

El deporte merecía otra cosa. Merecía información rigurosa, historias bien contadas y análisis de verdad que hoy solo quedan en contados oasis que no siempre son fáciles de encontrar. En cambio, lo que tenemos es un karaoke de tertulias que solo saben cantar la canción del odio, con las redes sociales como coro desafinado. Y lo peor de todo es que el público, adicto al ruido, pide bises cada noche.

Así nos va.

buitres ruido
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