Un cascabel incómodo para un gato llamado penyes

El lunes comienza el proceso de petición para que los socios del FC Barcelona puedan solicitar entradas para la final de la Champions League del próximo 6 de junio en Berlín. Tras el bochornoso espectáculo acontecido con las localidades de la final de la Copa del Rey, el club ha anunciado que volverá al método empleado en las últimas ocasiones, al tiempo que ha culpado a la empresa encargada del proceso del caos de la pasada semana.

Sea como fuere, el socio barcelonista está habituado a que nunca sea sencillo encontrar una entrada para una final. Y si es la final de la Champions, ya da por supuesta la dificultad.

Ocurre, sin embargo, que el número de entradas que tienen los socios del Barça a su disposición es bajo. Demasiado bajo. El club tendrá a su disposición 19.550 entradas para la final de la Champions League, de las cuales 13.294 irán a parar a los socios, 2.933 a los compromisos institucionales y 3.323 a las peñas.

Según los estatutos del club, un 85% de las entradas de este tipo de finales debe ir destinado a los socios del Barça. Tradicionalmente, el club ha destinado una generosa parte de las localidades a las peñas, un colectivo de indudable barcelonismo formado por más de 100.000 personas, pero en cuyas filas únicamente hay alrededor de un 10% de socios culés.

Dejando de lado que un socio que forma parte de una peña tiene más opciones que un socio de a pie a la hora de obtener entradas, conviene preguntarse si debe ser el conjunto de asociados quien renuncie a parte de sus localidades para que acaben en las peñas. ¿Tanto poder tienen esos grupos de aficionados?

La respuesta es evidente: sí. Las peñas agrupan a un tipo de barcelonismo heterogéneo pero que, al mismo tiempo, es capaz de movilizar a mucha gente. Y las directivas del Barça –como los candidatos a la presidencia– saben que la movilización peñística que más les conviene es la electoral.

Lo supo Núñez, que potenció el crecimiento del número de peñas hasta que prácticamente todas comieron de su mano, forjando así ese poder fáctico al que nadie quiere renunciar hoy. Lo supo Joan Laporta y lo supo también Sandro Rosell, quien desde que abandonó la directiva comenzó una gira por muchas de ellas para sembrar el camino que le llevaría, cinco años después, a la presidencia. Y lo sabe también Agustí Benedito, que lleva también un lustro visitando peñas con la intención de que sean parte de su sostén en la carrera electoral de este verano.

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Las entradas para la final de la Champions vuelven a traer la polémica.

Las peñas son un movimiento necesario, una forma de hacer proselitismo blaugrana y de extender el sentimiento culé, pero comienza a ser urgente que alguien dé el paso necesario para que su cuidado no implique agravios para el resto de socios.

En cualquier caso, seguiremos esperando sentados algo que no llegará, porque es este un gato al que nadie se atreve a poner el cascabel. Resulta más fácil contentarlo con una bol de leche en forma de entradas para la final de la Champions. Y si a cambio cae algún voto…