El tramo final de campaña se ha convertido para el Barça y sus feligreses en una de aquellas interminables tardes veraniegas de la más tierna y brumosa infancia. Lenta, pesada, canícula plena. No pasan los minutos, imposible descansar aunque sea lo único que desees. El barcelonismo quisiera echar el telón de la gala 13-14 y no cae, no hay manera de que caiga, incompatible la realidad con el ansia que muestra el personal por descansar un rato de tanta brega. Era una temporada de signo declinante que, de repente, se ha complicado.
Hasta llegar la primavera, entre sordos que no querían oír y ciegos que no querían ver, el equipo marchaba a rueda en muchísimos sentidos, cargando como carga con el peso de la institución y el estado de ánimo de la parroquia. Si los chicos aguantan, aguanta el club y el barcelonismo. Pero acabaron pinchando, unos dirán de previsible manera, otros se enfrentarán a los anteriores blandiendo criterios antagónicos, eterna tradición de esta feligresía, siempre muy belicosa. El caso es que se llegó hasta aquí, a la llamada hora de la verdad, para coronar la expectativa con dos chascos y un tercero en camino, aunque hoy se disimule el enojo por la Liga extraviada.
Llegaron ya, no carguemos las tintas, bastante desvencijados, con una defensa apedazada y pagando las carencias y falta de planificación, de renovación pendiente desde que Pep saludó para irse. También, las facturas derivadas por una fallida evolución del modelo, hoy en franco retroceso. Contrariamente a diversiones del pasado, hoy nadie piensa en otra reedición de Tenerife, en un éxtasis de última hora, en otro penalti de Djukic, sirvan también los históricos ejemplos para situar el decaimiento general.
Entre los ingredientes de tamaño desaguisado emocional, lo que menos importa ya es analizar hoy la figura de Martino, de si finalmente ha rendido por debajo de las estratosféricas exigencias requeridas salvo a la hora de atender micrófonos, donde su diplomática oratoria mejor ha lucido, vertiente teórica en contraste con una decepcionante praxis. Venían el Barça y sus feligreses de mucho trote y ahora, como que apetece una tarde de siesta, despertarse de nuevo con la brisa del atardecer, las energías renovadas, las ganas recobradas. En club tan emocional como éste, tantos sobresaltos consecutivos han terminado por minar la resistencia. Desde Abidal al adiós a Puyol, la pérdida de competitividad, el sorprendente recambio presidencial, el carrusel de despropósitos directivos, la judicialización, el referéndum por la remodelación, los ataques repentinos de nostalgia, los deseos de revancha entre ismos y cien mil avatares más, sólo faltaba ya el adiós a Tito Vilanova para pedir árnica y tregua sin mayor dilación. No hay cuerpo ni alma que resista tamaño ajetreo.
No hablaremos aquí de la despedida al ampurdanés, esperemos hasta que los sentimientos reposen. Sólo expresaremos, cansinos y monotemáticos, las ganas de parar un rato, de aprovechar una imprescindible tregua antes de volver a las andadas. Regreso al trabajo que consistirá en comprobar cómo se escuda la directiva en hipotéticos refuerzos de postín y búsqueda pública de entrenador, estrategia que le servirá, por una parte, para seguir sin rendir cuentas y, por otra, avivar la pretensión de ilusionar al socio y simpatizante, recurso de distracción tan viejo como el mismo fútbol. Ahora mismo, ésas tenemos y en ésas están. Cerrando los ojos, vencidos por el cansancio. Cuando el barcelonismo despierte y recobre fuerzas, ya se verá, ya veremos qué pasa. De momento, calma, por favor. Si quieren, se lo ponemos a la yanqui: Please, give me a break!.
Llegamos a la última línea sabiendo que la petición de descanso resulta utópica: Esto es el Barça, esto no para. Pero nunca se habían sentido tantas ganas de hacerlo…
Frederic Porta es periodista y escritor.