La noticia más destacable en el plano futbolístico para el Barça desde la llegada de Luis Enrique es que ya está clasificado para la siguiente ronda de la Champions League. No lo es la llegada de Suárez, ni el incremento en la cuota goleadora de Neymar, ni tampoco la presunta rocosidad defensiva que luego no fue tanto. Es decir, lo mejor que le ha pasado al Barça desde julio es que ha trasladado el barranco, como mínimo, hasta marzo, en el que se jugará la vuelta de los octavos de final.
Este hecho, que se da por supuesto en equipos de la talla y el presupuesto del Barcelona, no es para nada menospreciable. Ahí está el ejemplo del Manchester City, que no debería verse como algo tan lejano a lo que sucede en la Ciudad Condal. El equipo de Luis Enrique ha gozado de un grupo cómodo en el que puede fiar todo a sus nombres sin necesidad de proponer algo más que un buen conjunto de ellos. Esa clasificación, sea ya como primero o segundo de grupo –resultado que se dirimirá en el Camp Nou–, mantiene al Barça agarrado al respirador a pesar del escepticismo de los médicos.
En estos meses, hasta que a mediados de febrero se dé por iniciada la segunda fase de la Liga de Campeones, Luis Enrique tiene una lucha contra el reloj. No sólo debe convencer a sus jugadores de su idea, sino que debe convencerse a sí mismo primero. Y cuenta con recursos para hacer más llevadero lo que para otro club sería una sentencia de muerte, que no es más que encontrarse en mitad de la nada a mitad de noviembre. Los tres jugadores que acaban todas las alineaciones son capaces de resolver, por separado, la gran mayoría de partidos que va a tener que afrontar el club hasta más allá del Día de la Marmota.
Para entonces, para cuando ya se haya consumido la mitad del mes más corto del calendario, los achaques que acarrea el Barça deberían estar solventados o en vías de serlo. El más acuciante de ellos es el del medio del campo, la que fue zona blindada hace no muchos años, el cofre del tesoro del que hoy ya no queda ni lo uno ni lo otro. La inviabilidad futbolística hasta ahora manifiesta de un centro del campo formado por Busquets, Iniesta y Rakitic obliga al cuerpo técnico a volver al punto de partida. Un axioma que, incompatibilidades futbolísticas al margen, aún no puede tener claro un espectador cualquiera que vea un partido completo. ¿Se quiere defender con la pelota? Entonces Rakitic no te sirve ni tienes jugadores de ese perfil con suficiente calidad como para competir ante los mejores. ¿La intención es surtir a los puntas y frenar las embestidas del rival? En ese caso, ni Iniesta ni sobre todo Busquets van a ser los jugadores que necesites.
Por otro lado, la idea de aumentar el peso de los laterales en aras de abrir el campo y originar líneas de pase tiene tres problemas fundamentales, uno de ellos sin solución. Respecto a este último, ninguno de los cinco laterales en plantilla está al nivel que requiere el planteamiento, lo cual conllevaría buscar otro tipo de soluciones para lograr el resultado deseado. En cuanto a los otros dos, uno es circunstancial y el otro es desconcertante y quizá producto del anterior: el primero es que obliga a los interiores a estar más pendientes de cubrir las subidas a pecho descubierto de unos laterales perezosos en tareas defensivas (y eso cuando hablamos de un centro del campo en el que son habituales jugadores como Busquets, Iniesta y Xavi es conceder una ventaja al rival que excede con creces el beneficio obtenido) y el segundo es que nadie aprovecha el espacio que queda huérfano en el medio.
Esto último implica que estás poniendo al equipo en un jaque defensivo constante –amén de pegar a la cal a dos de tus estrellas– y desprecias el resultado obtenido. Es Messi frecuentemente el encargado de hacer de nexo entre la línea de tres en defensa (contando a Busquets) y los de arriba. Ese tremendo desbarajuste desconecta al centro del campo, cuyos interiores están constantemente demasiado abiertos, aumenta innecesariamente el rango de Messi, alejándolo en metros y oxígeno del lugar donde no tiene parangón, y, principalmente, convierte al Barcelona en un equipo que sobrevive de destellos individuales porque mata de hambre a sus mejores jugadores a base de espacios inasumibles.
Son cuatro meses los que va a tener a su disposición Luis Enrique para encontrar un equilibrio que cada jornada parece alejar más. Cuatro meses en los que probablemente el Barça irá despidiéndose de una Liga a la que ahora mismo no puede seguir el ritmo, pero que ofrece ocasiones de oro para probar evoluciones en el juego sin que ello signifique sacrificar puntos debido al gran arsenal ofensivo al abasto. Cuatro meses que, si bien pueden condenar al Barcelona a un año sin plata, pueden sentar las bases para otros por venir. No es poca cosa lo que está en juego. Y el tiempo no levanta el pie del acelerador.