Probablemente, Gerardo Martino debió pellizcarse el rostro más de una vez cuando recibió la llamada del Barça que le ofrecía ser el nuevo amo del banquillo del Camp Nou. En su presentación, el técnico de Rosario dejó clara su admiración por el estilo de juego que ha definido a su actual equipo desde hace años, y afirmó que su intención era mantenerlo y aportar su toque para mejorar aquellos aspectos que quedaran todavía por pulir.
La trayectoria del Tata como técnico del Barça no ha dejado a nadie indiferente. Martino es –según quienes le conocen y tratan con él– un tipo trabajador, un entrenador que traslada a su dirección su experiencia como jugador y que es responsable, entre otras cosas, del vistoso juego de un equipo, Newell’s, con el que campeonó en el Torneo Final de 2013 en su país.
Pese al reto colosal que supone pasar de su equipo de toda la vida a un transatlántico de gigantescas dimensiones como el Barça, uno tiene la impresión de que Martino no se sintió intimidado. Seguramente afrontó el desafío con la visión de un tipo futbolero, de alguien que ama su trabajo y que ve en el Camp Nou la oportunidad de su vida. Pensó, imagino, que venir de un fútbol como el argentino, con un entorno que es cualquier cosa menos tranquilo, le permitiría disfrutar al entrenar una plantilla colosal y un equipo puntero.
Ignoro, no obstante, si quienes le contrataron le explicaron que el cargo de entrenador del Barça es una catapulta a punto de ser disparada. En positivo, si los resultados y el juego acompañan; en negativo, si todo lo que rodea al club decide confundirte con un saco de boxeo o, por ser más gráfico, te toma por el culo interpuesto que recibe muchas de las patadas dirigidas a otros. El Tata no ha sido ajeno a las polémicas surgidas desde diversos frentes –la intoxicación desde la junta directiva (¿recuerdan sus palabras sobre ser holandés o de La Masía?), la eterna comparación con el predecesor de su antecesor, los temores sobre la presencia o ausencia de meritocracia en el vestuario, la ausencia de decisiones firmes…–, pero su labor casi siempre ha sido juzgada o valorada desde el ámbito futbolístico.
Ese debate ha acompañado a Martino desde el primer día, pero no ha sido el único. El argentino suele manejarse bien en las ruedas de prensa, es didáctico cuando habla de fútbol y no le duelen prendas, como hizo en San Sebastián, en reconocer sus errores. Pero me temo que no es suficiente. Lejos de desviar el foco de atención y procurarle la tranquilidad necesaria para trabajar, el ambiente guerracivilesco que rodea a la institución lo ha radicalizado todo.
La prensa, tan aficionada a los vaivenes, a las montañas rusas y al ventajismo, ha tomado partido. Uno de los diarios deportivos barceloneses está demasiado entretenido defendiendo a la junta directiva con argumentos pueriles como para fijarse en Martino. Lo que interesa es el coste de Neymar, el nuevo caso Di Stefano, los socios que denuncian al expresidente o las campañas de Madrid.
El otro, por contra, ha decidido que hay que buscar nuevo entrenador y nos presenta una portada con una serie de nombres que causarían hilaridad si no produjeran vergüenza ajena. Hilaridad por la imposibilidad de traerlos; vergüenza porque la portada de hoy choca con la tapa de hace sólo una semana, tras la victoria en Manchester.
El Tata seguirá trabajando como ha hecho hasta ahora, con un equipo armado por otro, sorprendido porque la excepcionalidad que desembocó en su contratación no haya desaparecido y contemplado por muchos como un interino. Por eso, no es exagerado pensar que lo excepcional llegará el próximo verano, cuando Martino descuelgue el teléfono, marque el número de Bartomeu (o de quien haya en la presidencia, que esa es otra historia) y le diga: “Chau, presi. Andá a cantarle a Gardel y el garrón que se lo coma otro”.