Amor de verano

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El sol de abril, tímido, despierta del letargo a millones de seres del planeta. A buen cobijo durante el frío invierno, no es hasta que el mundo recupera el verde que ellos no vuelven a la vida. Será sólo hasta que el otoño, esa estación que gusta a tan pocos, avise de nuevo de la llegada del implacable y siempre puntual General Invierno, momento en el que nuestros compañeros de viaje volverán al calor de sus refugios.

Este fenómeno, en todo caso, no se da en humanos. Bueno, de hecho, hay un caso reportado: se trata de un futbolista nacido en Arenys de Mar que responde al nombre de Cesc (o alguna de sus muchas variantes) Fàbregas. Es un caso único en la especie. Hasta diciembre, Cesc es intenso como un amor de verano. No es posible cansarse de verlo, es sorprendente en cada acción, fresco en cada uno de sus movimientos, emocionante. Quizá todo parte de saber que este romance cuenta con fecha de caducidad. Ojalá el verano durara para siempre, suspira el espectador que lo ve romper líneas sin esfuerzo, mientras que otro, ya jubilado, se acuerda de su primer amor estival al verle lanzar un pase al hueco con una precisión que sólo tienen aquellos con muchos años en el campo de la cirugía.

Sin embargo, con la misma puntualidad que cumplen sus asistencias con el espacio, Cesc vuelve a su cálido refugio en enero, esperando que las hojas dejen de caer para emerger. Deseando que el odioso frío desaparezca para desplegar su infinito repertorio, su talento estacional. El aficionado, mientras tanto, lanza un soplido de aire al vacío, de puro enamoramiento, e intenta despejar el único pensamiento que circula por su mente al verlo.

Ojalá el verano durara para siempre.