Tras la primera confrontación entre los dos grandes (con permiso del Atleti como recordó anoche Alves desde zona mixta), siguen sin despejarse las dudas ni en uno ni en otro, dudas alimentadas por sus propios entrenadores y quizá impuestas desde sus propios presidentes al contratar nuevos jugadores ilusionantes.
Queda la incertidumbre de si toda la batalla desencadenada por la era Mourinho ha producido tal desgaste que los hasta hace poco actores principales han pasado a un sospechoso segundo papel y actúan de artistas invitados. Algunos en posición privilegiada, como es el caso de Xavi, Iniesta y Messi. No es de extrañar que anoche el protagonismo en el Barça de Tata Martino pasara a pies de Neymar y Alexis, ambos los más implicados, junto a la sobriedad de un Mascherano siempre cumplidor.
La protección sobre Messi, tal como la ha entendido Martino, se basa en suplantar su rol por un Cesc al que, pasados 2 años —que son 4 desde que se le pretendía—, nadie sabe aún dónde ubicar en este equipo. Messi responde a la propuesta como si fuera Romario, deambulando mientras la pelota va y viene y esperando dar una carrerita definitiva para hacer un «golsito».
Y con uno de los dos magos del balón renqueante, el otro, el de Fuentealbilla, parece contagiarse y jugar al ralentí. Con las ideas espesas, eligiendo mal las opciones, abusando del pase largo, larguísimo, al espacio.
Salió bien, empero, esta vez. El Barça se llevó un clásico de la única forma en que no lo había intentado en el último lustro, dejando hacer a un rival que no sabe qué hacer. Parece que mientras los números sigan dándole la razón a este Barça menor, estamos condenados a amoldarnos a la mediocridad del rival en lugar de centrarnos en el trabajo propio.