Hace ya muchos años que se viene repitiendo una fórmula a la hora de las retransmisiones deportivas. Un dúo. El periodista que va contando y aportando datos… más el comentarista que añade un material, una experiencia, unas “batallitas” que completan y mejoran la información que llega al oyente o al telespectador. Muchos de esos comentaristas suelen ser expertos por una razón. Porque fueron deportistas. Pero si añades el plus de empatía y complicidad que atesora y regala Àlex Corretja, la retransmisión es puro deleite para quien le escucha.
Estos días en Eurosport se le puede ver cómo analiza a Garbiñe, Nadal, Djokovic, las Williams o el sorprendente Karatsev. Y, a pesar de la distancia, porque no está en Melbourne sino en Madrid, Corretja logra encadenar ideas que a uno le acercan hasta esas pistas australianas. Y no es fácil. Aunque escuchándole suene tan espontáneo.
Y es que no es lo mismo. Hablar de tenis después de hacer tus pinitos en el club municipal de tu ciudad… que hacerlo después de disputar 719 partidos como profesional. Àlex ganó 21 torneos en total (incluidos Lyon o la Copa Masters, terrenos “prohibidos” hasta ahora para Nadal). Recorrió miles de kilómetros. Pero, sobre todo, sintió el viento de Indian Wells. El calor de Australia. O la humedad de Barcelona en algún partido que acabó un poco tarde en el Godó. Por eso cuando argumenta sobre si las pistas son lentas o rápidas sabe de lo que habla. Corretja remontó partidos que parecían imposibles de remontar. Y viceversa. Venció a Nadal y a Federer. Vio a Sampras vomitar al otro lado de la pista. Se resbaló en más de un lance de uno de sus partidos. O quizás hasta rompió alguna raqueta porque el tenis también tiene esos momentos.
Pero creo que uno de los mejores baluartes de Àlex Corretja es la enorme complicidad que tiene con los jugadores. Parece uno más cuando los entrevista a pie de pista o de manera virtual. Parece que siga entrando con ellos al vestuario. Por eso no sientes que le vean como un enemigo, un extraño o una persona con preguntas que quizás no están del todo elaboradas. Teje complicidades con casi todos ellos. Rescata historias que desvelan entre líneas cómo son esos tenistas. Lo que disfrutan y lo que sufren en la pista. Él estuvo también. Ahí en medio. Solo. Él también fue aclamado por toda una grada… o la tuvo en contra porque su rival era el ídolo local. Y no hace una insulsa defensa corporativista de los jugadores. Sencillamente te explica cómo respiran, por qué lloran, cómo encaran un partido o todas las cosas que se les pasa por la cabeza. Y lo entiendes. Porque te lo cuenta como lo hacía uno de aquellos profesores de los que no olvidas su nombre. O como ese personaje infiltrado de las grandes novelas. Un dulce y cómplice infiltrado.